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De la España que no conocí

Echo de menos la España que no conocí.

Y ya es triste eso. Añorar el recuerdo, la vida de otros, me refiero. Pero siendo como es el ser humano una criatura irracional, no puedo evitar en ocasiones ciertos impulsos casi instintivos. Innatos. Surgidos de un rincón desconocido, fruto de la memoria escondida no en las descargas eléctricas del cerebro, no. La memoria de la sangre. Del legado de hombres mejores y su esfuerzo por construir aquello desmoronándose hoy no tanto por mala factura o diseño, sino por los golpes de almádena dados por quienes pretenden destruirlo todo para rebuscar entre los escombros como quien destroza una pared para arrancar los cables de cobre.

Me desvío.

Echo de menos la España que no conocí, decía. La España en la memoria de mi abuelo, el último de los Torres con sincero trato de «Señor» y «Don» en lo privado. Donde un humilde ebanista gallego volvió de la guerra a una España que incluso desgarrada, rota y arruinada le permitió mantener una familia, cruzarla de lado a lado, instalarse en Cataluña y prosperar. Donde el niño que cayó en un pozo dando un susto de muerte a sus padres, como contaba en alguna ocasión con una tímida sonrisa en los labios, creció para convertirse en un patriarca con butaca de caoba en la cabecera de la mesa cuyas palabras eran escuchadas en silencio imbuido de veneración.

Ese lugar vivo sólo en algunos vídeos rescatador por aficionados a la historia donde un biscuter cruza la Plaza Cataluña de Barcelona con un hombre de impecable traje al volante; una familia pasea, elegante en su ropa de domingo, de la mano por las Ramblas. En una ciudad limpia, luminosa, con un futuro brillante en la mente de los capturados por la magia del carrete y la manivela.

No es la única España echada en falta. También está la de mi buen padre, el último Torres digno de respeto y admiración, modelo de conducta de cuantos lo conocen. Esa España donde un pillo irredento y contestatario asiduo a malas compañías en peores ambientes se casaba en tejanos con cazadora de cuero, montaba una peletería en un barrio obrero y levantaba un buen negocio con empleados, secretaria, clientes en pasarelas de moda. El mismo hombre que hizo la mili por no dar un disgusto a su padre alzaba una familia a sus espaldas a base de sudor, esfuerzo, dedicación y amor incondicional por los suyos.

Mi padre, ese hombre admirado por todos, me habla muchas veces de esa España pretérita. Un hombre con ganas de trabajar salía adelante. Montaba un negocio, se esforzaba, las cosas funcionaban. El futuro, me dice, sería mejor. Y lo fue, en parte. Esos hombres llevaron a sus hijos de vacaciones por toda España, algunos al extranjero incluso. La siguiente generación pudo estudiar, un privilegio impensable para las dos generaciones anteriores. Cada año había en las casas más televisores, neveras, todo tipo de lujos. Las barriadas de chabolas desaparecían, los currantes compraban apartamentos en la playa, pisos, se mudaban a casas.

Echo de menos esa España que no conocí.

La del futuro brillante, la del trabajador sonriendo al ver el diploma universitario de su hijo con el orgullo de quien pasa el testigo al siguiente corredor dejándole la mejor posición de la carrera.

Echo de menos la España a la que no le habían robado los cables de cobre de la pared.


Sigue a Víctor Torres en Twitter: https://twitter.com/VTorresAlonso

0 comments

  1. Patronio Fontán dice:

    Buen artículo, me siento muy identificado con el contenido y con el sutil tono de autocrítica («mi buen padre, el último Torres digno de respeto y admiración»).

    «aquello desmoronándose hoy no tanto por mala factura o diseño, sino por los golpes de almádena dados por quienes pretenden destruirlo todo para rebuscar entre los escombros»
    En parte es un proceso natural. Nuestros padres y abuelos, a base de esfuerzo, disciplina y amor, crearon una enorme prosperidad. Nosotros, y los que vienen después de nosotros, somos los hijos frágiles de esa prosperidad. Es un ciclo que se repite. Es ahora, cuando las cosas se están poniendo difíciles y ya nadie piensa en los apartamentos en Marina D’or, cuando tenemos una oportunidad de volver a conectar con los ritmos antiguos, de escuchar de nuevo el sordo rumor de nuestra sangre.

    1. Víctor Torres dice:

      Muchas gracias por tu respuesta

      Sucede con nuestra sociedad lo que pasó con Roma en la edad media. Se arrancan los mármoles de los grandes templos de la antigüedad para pavimentar el camino hacia un futuro, en comparación, mucho menos halagüeño.

      Dios dirá lo que nos espera cuando no queden losas que extraer del Anfiteatro Flavio. Qué basílicas y templos habremos construido para los nuevos dioses…

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