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Si yo fuera madre

Si yo fuera madre, evidentemente sería una mujer.

Esta afirmación no es para nada inocente en el mundo en que vivimos, pues el hecho de que cada persona pueda identificarse con lo que quiera ser, es uno de los mandamientos de la nueva religión del mundo. Está ya codificado, para gloria de nuestras democracias mundiales, en las leyes que rigen nuestras vidas; e incluso también en esas nuevas fuentes del Derecho que son de facto los términos y condiciones de los servicios de las empresas más grandes del orbe, que amasan para sí un poder que ningún príncipe soñó jamás en la historia de la humanidad.

Ni estoy hablando en chino, ni estoy exagerando cuando digo lo anterior. En el espacio público no se puede afirmar que la maternidad es exclusiva de la mujer so pena de muerte civil, o, incluso en según qué ámbitos, la biológica.

Si yo fuera madre, estaría enfadadísima con la retorcida ironía de la sociedad occidental postmoderna, porque consagra el cercenamiento (literalmente) no ya de derechos, sino de las más absolutas realidades en pos de la igualdad, que es el dogma sangriento de todo este sindiós. Han quitado lo más sagrado de la humanidad a las mujeres y en ese camino a la perdición no hay marcha atrás. Naturalmente esta es la foto fija de hoy, pero esto se lleva gestando décadas, si no siglos. Es tremendamente hipócrita escandalizarse del lugar donde nos encontramos, o incluso del destino al que nos dirigimos y, sin embargo, abrazar el camino que nos trajo hasta aquí. A los recién llegados hay que decirles más que reflexionen íntimamente sobre esto.

Pero aún así, intentemos imaginarlo por el bien del argumento: si yo fuera madre y pudiera haber sentido dentro de mi a una criatura… lo intento visualizar y me pregunto: ¿pero qué misterio insondable de amor sería ese? Es un disparate. No me cabe en la cabeza. ¿Tener dentro de mi a una personita que, desde el momento de la concepción, se va a desarrollar y va a vivir su vida en mi? ¿qué sentiría yo si fuera madre? Una especie de romance de amor absolutamente puro por un ser que depende sólo de mi, un romance cuyo culmen llegaría con el nacimiento, ese momento de verle la cara a mi hijo y abrazarle con toda el alma.

Si yo fuera madre, sencillamente no podría aguantar semejante regalo. Solo de imaginarlo me estremezco. Ser madre seguramente sea la medida más plena de ser humano. Y solo puedo imaginarlo, porque no puedo ser madre.

Pienso en las madres que conozco y, la verdad, me siento afortunado de conocer tantas y tan buenas madres. Cada una con sus circunstancias y sus dificultades, con más o menos ayuda, pero cada una admirable en su estilo. Me gustaría asomarme aunque solo fuera un segundo a ese milagro amoroso para saber qué se siente. Como el que mira a través del ojo de una cerradura para descubrir un secreto misterioso. Y al pensar en cada una de ellas me detengo en una.

Si yo fuera madre, me gustaría ser como mi madre. Mi madre es madre de siete hijos, aunque solo cinco seguimos vivos aquí. Para mi, mi madre es el bien extremo, gratuito por definición. Es siempre dar y jamás retener. Es el amor sin condiciones. Quizás por eso, muchas veces en mi vida a mi madre la he dado por sentado, porque seguramente ese era su empeño: estar ahí por defecto, para nosotros, sin importar nada más. A mi madre no me la he tenido “que ganar” porque nunca he sentido perderla, y eso, tras los años y mirando a mi alrededor, es algo bastante inaudito.

Mi madre ha ido cortando como un cuchillo caliente sobre mantequilla los años, las dificultades, la enfermedad, la tristeza, la soledad… para darse sin excusa y por entero a sus hijos. No es que todas esas cosas sean exclusivas de ella. Todos pasamos por momentos así, queramos o no… pero lo importante es lo que hacemos con y en esos momentos. Y vaya si yo tengo un buen ejemplo con ella.

Ser madre me parece algo tan grande que me abruma. Pero si en un imposible yo pudiera ser madre, querría ser como tú, Mamá.

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