“Abre, Señor, mis labios y mi boca proclamará tu alabanza”
Llega un día en que el ruido se desvanece y se ilumina una ligera intuición sobre la verdadera dimensión de la Navidad. De pronto ves como converge todo tiempo en el portal de Belén: la historia, nuestro día en el calendario y la eternidad toda. De repente la Navidad ya no es frenesí de ritos y prisas porque todo el tiempo es Navidad. Si cierras los ojos, lo puedes ver.
Buscamos el pesebre en el Nacimiento y vemos primero un coro de ángeles anunciando a los pastores: “Gloria a Dios en las Alturas y paz a los hombres que ama el Señor”. Si mantienes los ojos cerrados, tu corazón se eleva poco a poco y va percibiendo los coros angélicos, adoradores eternos de la Santísima Trinidad, abriendo el Cielo sobre el Niño Jesús que duerme en el pesebre de Belén. La luminosa presencia de los Ángeles de la Guarda de todos los presentes y de los que van llegando, postrados en perfecta adoración mientras sus custodiados miran sin saber bien qué ven o tiemblan ante tal belleza, y alguno intuye, por qué no, lo sagrado que están viviendo. Pendiente de la Virgen María, el arcángel San Gabriel, el primero que la llamó “Llena de Gracia”, también se postra. Junto a San José, adora el Ángel del Señor que se le apareció en sueños para hacerle saber que podía fiarse y que su hijo sería llamado “hijo del Altísimo”. Entre los pastores y demás curiosos y sus ángeles, también adora San Rafael, Arcángel, medicina de Dios y custodio de peregrinos. Corales de Tronos y Dominaciones, Potencias, Virtudes y Serafines, Querubines, Principados, Ángeles y Arcángeles, todos manteniendo abierto el Cielo sobre la Tierra, en esta eterna noche de Salvación.
Entre asombro, cantos y torrentes de gracia, refulge en adoración y homenaje, justo antes de la plena luz, la espada del Arcángel San Miguel atronando eternamente “¿Quién cómo Dios?”. Y así, mientras el incienso se eleva ante el Santísimo en cualquier templo de la tierra, al son de cantos y danzas, se funden todos los tiempos de la Navidad. Porque la Navidad no empieza hoy ni allá por la Encarnación ni hace dos mil años, que la Navidad es mucho más antigua. Cuando en la tierra todo era caos y confusión por encima del abismo y el Espíritu de Dios aleteaba sobre las aguas, ya vivíamos en tiempos de Navidad. El mismo Espíritu de Dios que hoy purifica y renueva cada latido de cada uno de nosotros, acarició la tierra en un tiempo recién nacido.
La adoración de Dios hecho hombre comienza el mismo día de la rebelión luciferina, en el mismo momento en que las milicias celestiales, con San Miguel al frente, derrotan al dragón y a sus demonios y los lanzan al abismo. Desde entonces, el demonio intenta arrancarnos del Amor de Dios, porque no aceptó que JesúsCristo quisiera encarnarse en una criatura menor que un ángel. Pero también desde entonces, toda la corte celestial manifiesta adoración y servicio a la Santísima Trinidad, también en la naturaleza humana de Cristo y colabora, por orden divina, en nuestra protección.
Sólo situando la Navidad en su origen, aún apenas intuitivamente, podemos entender el servicio que San Miguel prestaba a Dios mientras expulsaba al hombre del paraíso terrenal, pues sólo entonces podemos comprender que forma parte del cuidado del hombre y su protección frente al mal, labor a la que se había consagrado manteniéndose leal a Dios. Debíamos aprender de nuevo, a base de anhelo, lo que habíamos desaprendido por el pecado.
Es lógico que los ángeles participen en la salvación del hombre y nos ayuden, aunque no los veamos. Hay batallas que sólo ellos pueden prestar, pues el enemigo, más allá de nuestra querencia, es espiritual y feroz.
Así pues, del mismo modo que por soberbia pecamos como demonios, ojalá que a partir de, esta sí, “nuestra Navidad” reaprendamos el camino del dócil servicio de los Ángeles, el “SERVIAM” de la verdadera libertad de los hijos de Dios, y recordemos en todo momento, al mirar al Niño Jesús, que antes de que nosotros llegáramos con nuestros villancicos, Ángeles del Cielo cantan en este lugar.
Feliz Navidad.
A todos.
Estrella Fernández-Martos Machado (@estrella_fmm)
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