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Taberna Ignota

Punto de no retorno

El primer ministro de Reino Unido amenaza a los patriotas británicos

Europa ha llegado al punto de no retorno. Mientras los europeos sufrimos día tras día las consecuencias que ha traído la inmigración nada descontrolada -en una suerte de tráfico de personas a escala industrial completamente promovida e insitucionalizada- los medios, esos centros distribuidores de la propaganda estatal y el gran capital, nos culpan por quejarnos. Y además, en el Reino Unido -y no sólo- se nos amenaza con las penas más altas invirtiendo la culpa en nosotros, en una operación de luz de gas de escala global.

Contrariamente a lo que rezan los lemas de campaña de la escasa y tibia oposición, la inmigración que desde hace décadas inunda Europa no es descontrolada. Es un diseño que interesa a los estados, con el pretexto de la quiebra de las pensiones y con el trasfondo de crecer de forma mórbida para sustituir cualquier atisbo de refugio contra su hegemón. Y es un diseño que interesa al gran capital para disparar beneficios depauperando a la población, igualándola por abajo y haciéndola aceptar condiciones desesperantes.

Esta repulsiva alianza en España se materializó por obra y gracia del abrazo fraterno entre populares y socialistas. Este diseño tiene varios padres que son superiores jerárquicos de estos dos, pero uno de las primas más importantes, siguiendo con el símil familiar, fue la obra del gobierno del señor Aznar, que luego perfeccionaría el señor Zapatero. Si bien es cierto que el grueso de nuestra inmigración proviene de nuestros hermanos espirituales, también cada vez más sentimos la invasión de nuestros vecinos musulmanes.

El problema está aquí y nadie puede negarlo, por más que intenten hacernos dudar de nuestros propios ojos aludiendo al comodín de la desinformación de Putin. Pero veo con preocupación los levantamientos del pueblo anglo. Si bien me encantaría poder decir a pleno pulmón, parafraseando al señor de Ferraz, que por fin «¡Europa ha despertado, hijos de puta!», veo en el modus operandi de los que nos gobiernan la pinza perfecta que necesitaban para imponer el orden en el caos. Un orden neocovidiano que aplaste con todo el peso de la bota del Estado (y dentro, el pie de los que de verdad mandan) a cualquier lícita resistencia.

Cuando era chaval me encantaba pasar las sobremesas con un juego de mesa que se llamaba “Asalto al poder”, cuya meta era enriquecerse lo más posible usando todo tipo de pufos. Una de las cartas más codiciadas del juego era la del hombre de paja, que cargaba con todas las culpas librándote a ti de cualquier juicio. Esa carta referida al islam ya ha sido empleada en el pasado para justificar la «guerra contra el terror», librando a su portador de cualquier juicio serio y permitiéndole iniciar al menos dos guerras en ultramar sin arquear una ceja.

Insisto en que el problema es real, y produce satisfacción ver la unión de enemigos íntimos y la respuesta violenta de quien ya tiene poco que perder, como hemos visto estos días, pero… ¿Estamos mirando de verdad al culpable? ¿nos preguntamos realmente quién ha promovido todo esto? ¿se está volviendo a usar de nuevo esta carta como fermento de la aprobación social que se necesita para la vuelta de tuerca definitiva en la tiranía de los Estados y también para iniciar una nueva guerra donde mandar a los europeos a morir? ¿nos hemos fijado en si estos diseñadores tienen en ciernes un objetivo real y palpable, que haga el papel de un nuevo Irak?

Con la bolsa cayendo, los CEOs de megaempresas proverbiando en tuiter, la incertidumbre de lo que pasará en noviembre en USA, el problema enfermizo de la emisión infinita de deuda… dan ganas de hacerse con un terrenito en el monte con un huerto, unas gallinas y un muro muy alto. Pero ni eso podemos la mayoría.

El panorama desolador que tenemos enfrente requiere el ejercicio de preguntarse a uno mismo la cuestión de quién tiene la culpa, para poder hacer el diagnóstico correcto. Pero no sólo. Es necesaria también una mirada introspectiva. Para cualquiera que no esté infectado del mundo moderno, e incluso para muchos que sí lo están, es innegable la dimensión espiritual de la vida. Para los católicos, como nos recuerda el catecismo, las personas estamos hechas a imagen de Dios y nuestra propia naturaleza une el mundo material y el espiritual. Por tanto, sería un error que, al hacer ese esfuerzo por ver más allá de la gran obra de teatro que es la actualidad de este mundo, sólo lo hiciéramos en clave material. Y de poco nos va a servir volcar nuestra ira en redes si descuidamos la salud de nuestro espíritu.

El antídoto definitivo para lo que nos desespera todos los días no es otro que Cristo. El tiempo que tenemos aquí se pasa rápido y aunque debemos trabajar por dejar un mundo mejor a nuestros hijos, con uñas y dientes si hace falta, tenemos que recordar que no somos del mundo y que nuestra verdadera patria está en el Cielo. Y para poder llegar allí, donde sí que debemos montar ese terreno de paz con muros altos para que no pase el enemigo es en nuestra alma. Al final ganamos los buenos, pero es que además, «ya hemos ganao».

Getro

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