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Manoseados por el porno

Uno de los indicadores de la desconexión generacional con la realidad es el porno. No tanto por lo que ve, que también podría ser, sino por cómo habla de ello. Muchos hablan de la pornografía con el misterio que se le atribuye a lo prohibido, a la excitación de la aventura y la transgresión. Aquello a lo que se accedía a través de páginas usadas, arañadas por los hierros del somier de otro, carne trémula más allá de la frontera, pechos liberados en el destape y los posteriores viernes noche codificados.


Muchos de los que han crecido con cierta distancia de la pornografía no entienden que esa sana lejanía en los años de crecimiento y formación de los niños ya no existe. Vivimos inmersos en la sexosfera. Todo es sexo, ni siquiera encontramos ya erotismo en alguna serie, todo es sexual, explícito. No hay producción, ni casi anuncios publicitarios (aquí puedo errar porque hace unos ocho años que no veo la televisión convencional y hablo de memoria), en los que no haya referencia sexual específica. En las producciones actuales convencionales, la carga sexual es constante y la separación entre sexo y afecto, completa.


Y sin ver un clip de porno todavía.

Para eso ya no hacen falta grandes dispendios ni montajes. Ni siquiera las marquesinas de las calles, que también cumplieron su labor de normalización. Nuestros pequeños se crían ya con la pornografía en la mano. Desde el trato banal que los libros de texto dan a la sexualidad humana, transformada en mero ejercicio instintivo animal, apuntalado por el abandono de la virtud y del control de las pasiones humanas, la realidad que viven nuestros jóvenes y menores no tiene nada que ver con la que hemos vivido generaciones anteriores.


Y gran culpa de esto es nuestra, generacionalmente hablando. Medir la pornografía actual según aventureros recuerdos de juventud, ha facilitado a la industria que los niños crezcan con acceso ilimitado a todo tipo de producciones pornográficas. Por no querer ser tachados de mojigatos, o, peor aún, iliberales, se ha obviado el daño que produce a la persona, y el funcionamiento del algoritmo, que va empujando al que se adentra a contenidos cada vez más explícitos. Porque así es como funciona el algoritmo para todo, ya sea que busque usted una nevera o quiera documentarse sobre sistemas de navegación del siglo XVI. Con la pornografía no va a ser distinto. De este modo, el pozo de insatisfacción al que un joven se adentra en sus primeros años es más profundo, en tanto en cuanto, además, apenas nada a su alrededor le habla de afectividad, amor, y relaciones humanas plenas. Unas relaciones humanas que incluirán sexo según el tipo de relación afectiva que sea, claro. Pero la deshumanización es tal, que el quebranto entre sexo y afectividad empieza a ser difícilmente restaurable.


Muchos arguyen que no somos nadie para limitar el consumo de pornografía a los demás, que cada uno decide. Este planteamiento mal llamado “liberal” abandona a su suerte a menores y jóvenes, a explotados en las producciones, a personas que necesitan ayuda para luchar contra su adicción y a todos los que arrastra la sordidez propia del sector que tantas veces han contado algunos de sus protagonistas. No se puede construir la libertad de uno destrozando, o debilitando, la vida de otro.


Hace años, en Medjugorje, un extraficante desenganchado de las drogas me explicaba la diferencia entre nuestras miradas. Por muchos años que hubieran pasado, me decía, si ambos llegáramos a una estación de tren de un destino nuevo, yo buscaría salidas, personajes interesantes y rincones para dibujar, los baños, personal de estación, y tendría esta información en pocos segundos. Pues en la mitad de tiempo, él podría identificar donde conseguir distintos tipos de droga, donde estaba la policía, incluida la secreta, y si podría “confiar” en ella, vías de escape, compradores… Me contaba que él tenía que sobreponerse a esos automatismos constantemente. Su análisis del entorno era instintivamente ese, con el que había crecido, y luego entraba la voluntad. La pornografía provoca lo mismo en su ámbito cuando se hace costumbre, con el agravante añadido para muchos de que no saben que lo que afectivamente buscan es distinto de lo que han visto.

Hay que conocer cómo funciona la psique y la afectividad humana, en qué le afecta la pornografía, y aceptar la situación real, para poder solucionar el problema donde ya esté creado, y evitarlo, en la medida de lo posible, donde aún no se haya producido. Algunos hablarán ahora de represión y otras falacias, pero búsquense otro muñeco de paja, que de esos precisamente está el mercado lleno.

Estrella FMM.
@estrella_fmm

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