Ruiz J. Párbole
James es un hombre blanco de 35 años, pese a que sus posibilidades móviles no lo atestigüen. Ha vuelto de su trabajo como desarrollador full stack en una empresa de seguros. Entra en su destartalada habitación y se abre paso entre los cartones de sus últimas compras en Amazon y los tarros arrebañados de Ben&Jerry, a fin de incorporar sus 125 kilos en su silla gaming. Entra en su cuenta de Twitter para inspeccionar el mundo desde su avatar, el cual necesitó imperiosamente en el momento de su creación ser descriptivo al máximo nivel, para que nadie sospeche, para mostrar que está correctamente ubicado. Empieza, pues, su segundo trabajo, el de vigilante.
En su foto principal aparece su voluminosa cara sin demasiado aspaviento, con los hilillos de las patillas haciendo resistencia con sus gafas. Es un selfie lo suficientemente serio como para ser su foto del DNI, salvo por un detalle, su mascarilla, en la que reza la frase Stay safe!. En su descripción, pertenece a la Casa Gryffindor, anima a #TurnTexasBlue y pone la guinda a su descripción con un blindaje bendito, un LGTB+ ally. James va felizmente predispuesto a compartir con la humanidad su nueva tirita en el brazo. Viene de vacunarse, la cuarta ya, *emoji de brazo fuerte (en color racializadx)*, pero en su revisión del timeline se topa con una información (debidamente fact-checkeada) indeseable. El cantante Neil Young le ha dado un ultimátum a Spotify, o él o el terraplanista de Joe Rogan. Resulta que esa sucia multinacional capitalista ha preferido ser un altavoz de la ultraderecha ayurvédica. James se dispone a emitir su furibunda opinión: va a cambiarse a Apple Music. Acto seguido se une al ritual del que decenas de miles como él participan, #cancelspotify. El batallón de mustios ejerce su condena de manera implacable, haciendo valer su condición de stakeholder, tal y como los gurús de ciertos foros económicos dictan. Un ojo del panóptico.
Sarah es una joven doctoranda en Trabajo Social. Su pertenencia al sindicato estudiantil de su facultad le hizo bregar menos de la cuenta con la burocracia española para disfrutar de su estancia en Copenhague. La vida extranjera no ha satisfecho de la mejor manera sus ansias cosmopolitas. El terraceo allí no se lleva demasiado y el acto de apiñarse en las escaleras de un Primark no tiene el calor febril de Gran Vía. En su nueva universidad no pudo encontrar un equivalente sindical, por lo que su cotidianidad exige duplicar el gasto de tiempo en la red. Tras su jornada de investigación en la cual lee autoras que hablan de la ética del cuidado comienza su segunda labor, la diplomacia. Hace poco llegó a sus oídos que el gobierno danés iba a eliminar todas las restricciones derivadas de la pandemia, presumiendo ser el primer país del mundo en volver a “la vida normal”. Esta vida normal no ha terminado de encajar bien en el “UCI state of mind” de Sarah. Por ello, ha tomado la decisión de informar al mundo sobre tal situación ofreciéndose a participar como invitada en el típico blog sobre curiosidades que encuentran los extranjeros en otros países. A sabiendas de que su actitud hacia su periplo europeo (Pantomima Full vibes) no puede exudar amargura, adopta una pose de neutralidad y profesionalidad, justificando su estancia ante el público bajo el estricto motivo de su formación académica, la cual exhibirá eventualmente, pues ella sabe lo que cotiza una denominación de tipo “international studies”. Pero esa formación incluye la del análisis social y por eso el siguiente paso de Sarah será acampar en una cuenta de TikTok, para hacer de su vida un Gran Hermano en el que protagonizará la épica desventura de una misionera de la salud pública amenazada por desvergonzados White Walkers (demasiado white, de hecho) negacionistas. Otro ojo del panóptico.
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