Birras y Divagaciones

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Desconozco si le ocurre a todo el mundo o sólo a este humilde servidor que les escribe, pero cuando me encuentro conversando con alguien, suele ocurrir que nos asalta una tercera o terceras personas que, a saco, entran entre ambos e interrumpen la conversación. Me he dado cuenta de que en estos últimos tiempos me sucede con una frecuencia inusitada. No sé si antes me ocurría o que, de un tiempo a esta parte, le presto más atención al asunto.

                                                                                                   Imagen de Peggy_Marco

            El caso es que los asaltos a los que me refiero suelen ir acompañados de una prisa feroz, una verborrea llamémosla feraz y, lo más molesto, una exquisita mala educación. No importa o da igual si la conversación es de la más vital de las importancias o, por el contrario, fútil como cualquier conversación climatológica plagada de típicos tópicos. No importa. Lo que importa es que sea el tipo de conversación que sea, es nuestra conversación, sí, con título de propiedad, escrituras y nota simple. Y eso es lo que hay que respetar, porque se le debe un respeto.

            Una vez que el diálogo ha sido malherido por el machete de la interrupción, éste suele perder fuelle de tal manera que lo más habitual es que haya recibido la extremaunción y no queda otra que acompañarle con las palabras de despedida, dejando un sinsabor de boca del que ninguno de los interlocutores es merecedor. Una pena, vaya.

            Pero el sinsabor, y eso es la lectura buena que le puedo extraer, es que me hace recapacitar sobre lo sucedido y me conduce a una suerte de pensamientos o conclusiones de diversa índole. El primer pensamiento que se instala en mis mientes suele ser el de la precariedad del elemento disruptivo de conversaciones ajenas. La precariedad a la que me refiero es la precariedad intelectiva de al parrafada disfrazada con el traje de novia de la urgencia con la que se suele partir en dos el diálogo originario.

            El segundo pensamiento suele ser la enorme confusión existente en estos tiempos que corren entre lo urgente (la chorrada) y lo importante, en este caso mi atención a las palabras, los gestos y la necesidad de comunicación, comprensión o empatía de mi interlocutor primario, vamos, la persona con la que me encontraba conversando antes de la intromisión ilegítima del tercero en discordia.

                                                                                       Imagen de Vocablitz

            El tercer pensamiento recurrente es la importancia del individuo interruptor, o más bien, la importancia que cree tener dicho elemento. Nos hemos o nos han acostumbrado a que lo realmente valioso es uno mismo, sin importar un ápice todo lo que nos rodea. Esa validez que tiene lo mío, lo mío y lo mío actúa como patente de corso para que los demás  nos importen una mierda. Con perdón. Somos el centro de este mundo, y todo ha de girar a nuestro antojo o necesidad, aunque suele ser más potente lo primero, y, lo peor de todo, este mundo se debe parar en seco para satisfacernos. Satisfacción inmediata. Muy al son que se baila en este tiempo.

            Y una vez satisfecho nuestro capricho veneciano, eso sí,  empapado en el papel urgente de la necesidad, nos dan igual los cadáveres que el río arrastre con su corriente. Eso ya no es asunto mío. O nuestro.

            Y saco a relucir lo de los cadáveres porque una de esas interrupciones me llegó, de sopetón, como no podía ser de otra manera, en el momento que daba el pésame a un conocido que con el corazón ensangrentado me había comunicado el fallecimiento de su señor padre, de quien, por cierto, había heredado una excelente educación, una vasta cultura y una hidalguía colmada de la más interesante elegancia. Imagínese, querido lector, el rictus de su cara cuando el interruptor de turno arrasó con el momento para pedir ya ni sé qué cosa. Ese día no me corté, como suelo hacer por una imagen extraña y errada de buena educación, y, con una sonrisa en los labios le dije que ni era el momento ni, por supuesto, eran las formas y que nadie le había dejado en prenda ningún cirio para aquel entierro, nunca mejor dicho.

            No me dedicó la mejor de sus caras, debido a la gran importancia que, para él, tenían las palabras que iban a interrumpir el pésame de mi conocido. Lo cierto es que nunca lo sabré, porque desde entonces no recibo de dicha persona otra que no sean miradas de enemistad y aborrecimiento.

                                                                                         Imagen de FreeFunArt

            Y ahora, llegados a este momento he de interrumpir este escrito para acudir con la urgencia que da la ignorancia a dejar de interrumpir a cualquier grupo de personas que se encuentren alegremente dialogando, ya  que si esto no hago, la gente creerá a pies juntillas esa fama de persona inactual que me precede, con razón.

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