Somos los hombres huecos somos los hombres rellenos.
Hay una sombra paseando entre los arcos, envuelta en la bruma de nuestra cabeza, embarrando el mármol y escondiendo los colores. Nadie la ve, nadie.
La niebla vela nuestra mirada, el barro ensucia nuestras bocas y el musgo nos atraganta, llorando brea por ojos oxidados. No recuerdo la luz, ni la brisa del océano penetrando por la nariz. Nuestra mente cojea al borde de una laguna de aceite de motor. "Embriaguémonos con nuestros pensamientos, bailemos, echemos ácido en las cicatrices del horror y llenémonos de pus hasta reventar". Nadie va a buscar, nadie.
¡Ah, el horror! ¡El horror!
Una sombra se pasea por arcadas rotas, la luz nadie la ve, nadie la conoce. Párpados desengrasados no saben cerrarse. La boca solo muerde una lengua seca y atrofiada. El veneno corre en nuestras venas, ¿Cuál es el rostro de la sombra, del horror? Mil gritos desgarran los oídos. No piden ayuda, solo se lamentan. ¡Dejad de llorar brea! ¡Dejad de alimentar las flores mustias del corazón! Alma de trapo, cabeza de paja; teatro de cartón sucio y mojado. Los arcos se derrumban: ¡Mirad qué hemos construido! ¡Mirad el gigante de este mundo! ¡Mirad la cloaca del infierno! ¡Mirad los pechos de las hijas! ¡Mirad las víctimas de la piedad! ¡Mirad vuestra creación! ¡Este es el hombre! ¡Esto es lo que hemos erigido! ¡Con esto nos llenamos! ¡Con las lágrimas de nuestras hermanas, la saliva de nuestros hermanos, la sangre de nuestros padres!
Labios que querrían besar, forman oraciones a piedra rota.
Así hundimos nuestro corazón, así descendemos a sus profundidades, donde reina óxido y muerte en tronos de musgo y asfalto, con coronas de vidrio roto y alcohol, con lenguas de estaño y de latón.
Esta es la tierra muerta, esta es la tierra de cactus.
Escarbamos una tumba multicolor, mas nadie lo ve, solo la sombra, la sombra que escruta y se pasea silenciosa entre los arcos que antes sostenían techo, siempre observando, riendo ante la ruina de nuestro claustro. Confrontemos nuestra alma, escrutemos su profundidad, ese lugar,
La quijada rota de nuestros reinos perdidos.
Frotemos el óxido de los párpados penetrando en el corazón de las tinieblas. Conjuremos nuestra sombra errante, los susurros entre las columnas rotas.
Así es como acaba el mundo. Así es como acaba el mundo. Así es como acaba el mundo. No con un estallido, sino con un quejido.
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