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Asomado a la ventana de Overton viendo el mundo arder

¿Alguna vez se ha parado a pensar, estimado lector, en todas aquellas cosas que son ampliamente aceptadas en la sociedad actual pero que serían consideradas ideas completamente inmorales ―o incluso macabras― hace quince, veinte o treinta anos? Este fenómeno tan usual en nuestros días se explica con la teoría de la «Ventana de Overton». Joseph Overton, creador de la teoría que lleva su nombre, analizó cómo es posible cambiar la percepción de la población sobre ciertos temas a través de la persuasión pública y la progresiva implementación de medidas y políticas específicas. De esta manera, el marco mental de los ciudadanos es susceptible de ser alterado al antojo de los líderes políticos y de opinión, las grandes corporaciones, la industria mediática y audiovisual, etc. Como resultado, lo que antes era inadmisible, hoy se mueve dentro de la ventana de Overton y pasa a ser aceptado de manera generalizada.

Hace unos días leí la noticia de que una joven de diecisiete años había recibido la eutanasia en los Países Bajos, alegando que padecía una profunda depresión desde hace algunos años. Esta noticia había generado cierto debate ―aunque mínimo― en el país, después de la denuncia por parte de algunos médicos psiquiatras, los cuáles fueron severamente reprendidos por la Royal Dutch Medical Association, la principal asociación médica del país. La noticia me causó indignación y una profunda tristeza. Es otro ejemplo más ―demasiados en muy poco tiempo― de cómo la opinión pública ha asumido como respetables políticas e ideas deleznables y completamente opuestas a los valores de nuestra civilización. ¿Cómo es posible despojar de cualquier valor a la vida de una joven de diecisiete años de una manera tan vil?; y, sobre todo, ¿cómo es posible que la sociedad no reaccione de forma unánime levantándose en contra de un acto así? Esto refleja a la perfección la teoría de la Ventana de Overton y pone de manifiesto el fuerte poder de manipulación al que esta sometida la sociedad.

A muchos se les llena la boca afirmando que el sistema actual de democracia liberal es el adalid del progreso y la libertad. Sin embargo, en esta sociedad degenerada y anestesiada casi nada es progreso, y nada es libertad. La ruptura con los valores supremos que dieron forma a lo que somos ―o éramos hasta hace no tanto― y que nos permitieron avanzar sobre la base de unos principios morales sólidos nos ha llevado al abismo. Este sistema voraz y malvado se ha empeñado en destruir todo lo anterior para reconstruirlo desde cero de acuerdo al plan diseñado por unos pocos muy poderosos; y lo que es mas grave, lo ha hecho de manera sigilosa, siempre dentro del marco legal establecido. Esto ocurre cuando el marco legal depende ―en la teoría, pero nunca en la práctica― de la voluntad del pueblo; y, por tanto, manipular el marco legal se convierte en algo tan sencillo como manipular al pueblo. El clásico truco del trilero. Así, en este mundo distópico en el que nos ha tocado vivir, una ley es considerada buena y legítima por el simple hecho de ser respaldada por quiénes poseen la mayoría electoral, aunque esa mayoría haya sido descaradamente engañada por el camino; y a pesar de que de la ley se deriven actos tan atroces como el sucedido en los Países Bajos. La banalidad del mal en su máxima expresión.

Este empeño en triturar todo lo pasado tritura, a su vez, a los ciudadanos, y genera un sistema de individuos sin valores morales, esos que forjan y explican la identidad de un pueblo; y a través de los cuáles los ciudadanos son capaces de hacer frente a la fuerza del sistema sobre la base de un destino común, sin las artificiales divisiones producidas por las ideologías. Al contrario del solitario individuo, que vive de manera egoísta en la burbuja de su sistema moral independiente, la persona es el resultado de múltiples elementos estrechamente relacionados con su entorno, muy especialmente los valores familiares y sociales. Frente al poderoso Estado, un individuo siempre será un blanco mucho mas fácil y débil que un núcleo social que exista y se desarrolle de acuerdo a unas convicciones morales sólidas y asentadas en el tiempo. Pero es evidente que al sistema esto le trae sin cuidado. Su objetivo final será siempre convertir a las personas en individuos. Como resultado, nos vemos condenados a habitar en esta sociedad atomizada y corrompida por la mentira, despojada de cualquier atisbo de identidad en un mundo cada vez más abocado al nihilismo.

Frente a esto, se hace necesaria una movilización social que exija y batalle por la recuperación de todo lo perdido ―o más bien, de todo lo robado―. Para ello, es completamente esencial, como primer paso, tomar conciencia del verdadero problema y del verdadero enemigo, ya que de nada sirve condenar las consecuencias si no se ahonda en las causas. La mayoría de los ciudadanos están hartos, a pesar de que algunos se empeñen ―de manera consciente o inconsciente― en perpetuar el statu quo con sus acciones y decisiones; pero la realidad es que aún pocos conocen la verdadera razón de ese hartazgo. Pocos se han parado a reflexionar y desarrollar una crítica profunda y fundamentada hacia el sistema imperante; aunque bien es cierto que el propio sistema no facilita la tarea. Sin embargo, hay que tener presente que únicamente será mediante el conocimiento que se podrá alcanzar el objetivo final y, por ende, la auténtica libertad.

Este objetivo final no es otro que reivindicar que ciertos principios y valores, aquellos que deben servir de base y de guía para un pueblo, no son democráticos; que no necesitan de mayorías para ser ciertos y que no aceptan contradicciones. Es necesario abrazarlos tal y como son para que vuelvan a iluminar nuestra sociedad y nos permitan desarrollar una convivencia sana y funcional, alejada de divisiones y cercana a la naturaleza humana, a la libertad verdadera y al bien. Cerremos la ventana del mal. Hagámoslo unidos, por nosotros y por todos los que serán.

Ignacio G.

Ignacio G.

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