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Desde la cuneta

De obviedades

Era cuestión de tiempo.

Tarde o temprano me iba a tocar hablar de feminismo.

Con motivo de la reciente campaña política del enésimo fraude estatal conocido como elecciones autonómicas se han sucedido las declaraciones desquiciadas de tontas útiles de un movimiento creado por las élites para fragmentar, enfrentar y degradar occidente. Aunque esto pareciera ligar la columna a un determinado suceso, es más bien lo contrario.

Estas cosas no son puntuales. Lo parecían en su momento, cuando cuatro iluminadas financiadas con dinero de oscura procedencia berreaban estas consignas a las puertas del Congreso hace quince años. Exaltadas, pensamos todos. La cosa no prosperará. Fuimos unos ilusos. Ahora pagamos el pato, claro. Chapoteamos en el lodo generado por aquellos polvos que nos negamos a barrer.

Así, durante los últimos diez, quizá veinte años, hemos sido cómplices silenciosos no sólo del acoso a la masculinidad, sino a la desintegración de la hombría, la persecución de la virilidad. El ataque incesante de las almádenas contra la columna sosteniendo el tejado sobre nuestras cabezas.

Lo cual nos lleva a esta columna. No es una defensa de los valores tradicionales. Para eso ya podéis leerme en cualquier otra. Hoy no defiendo nada. Sólo expongo. Sólo escribo obviedades.

Porque hemos llegado a un punto en que hacerlo es un acto revolucionario. El día tan temido por el borracho de Dostoyevski cuando dijo aquello de que las personas inteligentes tendrán prohibido pensar para no ofender a los imbéciles. O algo parecido.

Lo dicho: obviedades

Miles de millones de hombres han derramado su sangre a lo largo de la historia para contribuir a crear una sociedad más segura para mujeres y niños. Resulta curioso (y extremadamente conveniente) que estos movimientos feministas, reivindicando «los mismos derechos para hombres y mujeres», surjan cuando ya no existen levas militares. Que el hombre haya dejado de ser necesario cuando tienen aire acondicionado, comida en casa en menos de veinte minutos y la guerra es un concepto abstracto, lejano, que ni siquiera sale en las noticias para no ofender la sensibilidad de los telespectadores.

También parece conveniente que exijan una equiparación salarial mientras las sentencias de los hombres son de media dos tercios más elevadas que las mujeres por los mismos delitos.

Hablar de «justicia patriarcal» cuando nueve de cada diez mujeres reciben la plena custodia de los hijos en el divorcio, con sus consecuencias económicas. Menos del cinco de cada cien hombres reciben pensión por parte de sus exmujeres, aún cobrando lo mismo.

Querer llegar sola y borracha a casa cuando los hombres son víctimas de la inmensa mayoría de crímenes violentos.

Hablar de la invisibilización de las mujeres en el hogar cuando cuatro de cada cinco suicidas son hombres.

De las ventajas de la sociedad patriarcal cuando siete de cada diez indigentes son varones.

Hablemos de obviedades, pues.

De cada cien muertos en accidentes laborales, es decir, caídos en la construcción y mantenimiento de nuestra sociedad, indispensables para el funcionamiento del mundo como lo conocemos, de cada cien personas muertas en esa noble causa, noventa y tres son hombres.

De cada cien caídos en la defensa de esas sociedades, noventa y siete son hombres. Sangre derramada por una sociedad que los odia.

Sin duda el patriarcado es beneficioso en grado sumo para el hombre.

Seamos sinceros. Y como hombres sinceros, seremos obvios también.

El hombre es sacrificable. Es una cuestión biológica, no social. Aunque sin duda el escaso valor del hombre como individuo ha cimentado el tipo de sociedad donde vivimos. Es lo que hay, una verdad irrefutable, una realidad más allá de cualquier cuestionamiento. Una obviedad.

Y el hombre es feliz con ello. Igual que Boxer, mi personaje favorito de Rebelión en la granja, son felices con el papel asignado. Incluso cuando es el peor. Incluso cuando comporta sólo sacrificio. No necesita palmadas en la espalda, premios, halagos. El hombre se sacrifica en silencio por el bien común.

No es malo. Es como son las cosas. Una obviedad.

El problema surge cuando alguien se aprovecha de ello. Cuando los cerdos se dan un festín con el dinero del fabricante de pegamento. Cuando el hombre se ve atacado desde todas direcciones por el mero hecho de ser lo que es y sólo puede susurrar:

«Eso se debe a algún defecto nuestro. La solución, como yo lo veo, es trabajar más».

Joder, qué gran libro es Rebelión en la granja.

De cuando no hacía falta decir obviedades.

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Víctor Torres Alonso

Padre. Marido. Español. Escribo libros mal y forjo cuchillos bastante peor. Pásate a saludar por mi cuenta de Twitter: https://twitter.com/VTorresAlonso

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