Cuando hablamos del efecto péndulo desde una perspectiva política, solemos pensar que las oscilaciones en su movimiento mecánico nos llevan desde un extremo del espectro político al otro, por toda esa energía ideológica y potencial acumulada en cada legislatura. Y como consecuencia, tendemos a creer que cuanto más cargada está esa energía, más violento será el recorrido que haga de vuelta.
Y es lógico, hasta cierto punto, ver el tablero político en esos términos, porque hay ejemplos de sobra para basar esta perspectiva en hechos y datos empíricos, tanto anecdóticos como estadísticos.
El ejemplo más reciente es el del deslumbramiento cuasi paulino en Saint-Denis de un tipo extremadamente siniestro, miembro de la fundación Clinton que, además, comparte religión con ese Saulo integrista y perseguidor de los cristianos.
Es curioso este caso, en el que me quiero detener brevemente.
Para el que viva en Marte (o en Little St. James), dicho caso produjo en el sujeto en cuestión una epifanía, como consecuencia de los ataques sufridos por él y su familia en los aledaños del estadio donde se iba a disputar la final de la Champions entre Real Madrid y Liverpool. Quién me iba a decir a mi que al final acabaría amando a la UEFA por elegir esa sede y agradeciendo al Madrid jugar esa final. No porque disfrute sabiendo que unos niños son atacados, obviamente, sino porque a veces hace falta un sustito para, efectivamente, caerse del caballo. Solo espero que a sus hijos no los llevara a aquella isla del caribe también.
Siendo ese un ejemplo anecdótico -y no por ello menos válido- también tenemos ejemplos estadísticos para reventar un tren, si me permiten la expresión.
Violaciones grupales todos los días, inseguridad en los barrios de rentas bajas (porque gracias a Lady Machetes, en los de altas rentas, todo se soluciona con un culete y una bajada infinitesimal del IRPF), chochocharlas, talleres de género y persecución del varón, erario público dilapidado sin medida, saqueo constante a los trabajadores, precios disparados sin soluciones ni a corto, medio o largo plazo, vivienda por las nubes, nulas oportunidades laborales, pérdida absoluta de soberanía, taifas caóticas, concentración total de los poderes del Estado en un gobierno completamente impune haga lo que haga, una oposición cómplice que apuntala todos sus rejonazos…
¿Cómo no va a oírse ese runrún del péndulo? No es solo ya el producto de vivir en una cámara de eco en las redes sociales, que es innegable que tendemos a ello. Se ve en los coles, y son los profes de primaria y segundaria de izquierdas los que llevan tiempo oyendo mejor que nadie y alertando de ese murmullo. Hasta las Charos Premium se preguntan por qué les están saliendo los hijos fachas.
Pero hay algo en lo que casi nadie cae, que creo que es clave. El péndulo real, no el ideal, pierde siempre una parte de la energía mecánica a causa de la fricción, que actúa como una fuerza que lo frena “moderando” su vaivén.
En España, desde el R78, el péndulo es el Sistema, y como está muy mal hecho (o muy bien, en realidad, gracias a sus padrinos), todo está pensado para que siempre caiga hacia la izquierda y, si acaso se produjera un pendulazo, nunca sea como una bola de demolición que acabe con todo.
Pero la fuerza potencial es tan grande, y va a serlo tanto más, que sería un ejercicio de tremenda soberbia pensar que no vaya a pasar Algo que directamente destruya el péndulo y a todos los que cómodamente viven en él. Está por ver si eso nos conviene más que lo de ahora y, sobre todo, qué plan tienen los que mandan para hacer control de daños.
Pero todo eso lo vamos a ver y en no muchos años.
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