Birras y Divagaciones

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Mes: diciembre 2022

Era de noche

Diluviaba. Él estaba empapado desde por la mañana. Pero daba igual. Llevaba mucho tiempo preparando esta reunión. Deseando esta reunión.

De autoridad (2)

Uno de los principales problemas de trabajar en horario nocturno es no recoger a mis hijas del colegio todos los días, como quisiera. No sólo por el placer de pasar tiempo con ellas, cosa obvia (aunque hoy día sea necesario remarcar hasta la más mínima obviedad), sino por la relación directa con el colegio. De forma más concreta, con los docentes.

De un tiempo a esta parte, desde mis últimos años como estudiante en el lejano 2009 hasta la actualidad, he perdido el respeto por el sistema educativo y por quienes en él medran. Quizá sea haber vivido los primeros coletazos serios del independentismo en las aulas, la venta descarada de la formación de nuestros jóvenes a los políticos por el mísero precio de un plato de lentejas al cual accedieron los profesores con extraordinaria facilidad. Tal vez se deba a la mediocridad general de quienes tratan de instruir a nuestras futuras generaciones. O sea, cosa también posible, por la absoluta falta de interés de los mercenarios del sistema por hacer lo mejor por sus alumnos y en lugar preocuparse de la cartera.

Un ejemplo de esto fue la reciente huelga de profesores a causa del aumento de diez días lectivos en el calendario escolar. Un sector profesional adormecido ante una veintena de planes educativos distintos, a cada cual más mediocre e interesado por adoctrinar a los muchachos en las nefarias virtudes del socialismo institucional, se alzó en armas en cuanto les recortaron diez días de sus casi sesenta jornadas festivas. ¿Cómo se puede respetar a un colectivo así? Existirán excepciones, por supuesto. Las podéis encontrar en mi cuenta de tuiter en cuanto se trata el tema. Todos son excelsos al otro lado de la pantalla y el anonimato.

Divago. Permitidme reconducir la columna.

Decía echar un falta una relación más íntima con los profesores. Y no miento, aún si resultase contraintuitivo a simple vista. La echo un falta para evitarme gilipolleces. Me explico:

Mi señora me mandó un audio de whatsapp con el tono utilizado por las esposas cuando toca hablar de niños. Voz grave, seria, un punto afectado. Por lo visto, la menor de mis hijas había hecho una trastada. Había tirado un rastrillo de plástico por encima del muro del patio del colegio. Se lo explicó la tutora a mi mujer cuando recogía a las niñas, imagino usando el mismo tono ominoso.

-Pero… ¿Eso es todo? -pregunté.

-Sí.

-Vamos a ver…

Me ahorro el resto de charla e iré directo a las conclusiones.

Uno de los principios de la autoridad es el criterio. Sin un adecuado criterio, es decir, si la persona en quien reside la autoridad toma decisiones arbitrarias, desprovistas de razonamiento o, como es el caso hoy, otorgando una excesiva importancia a nimiedades, esta se ve resentida de forma inmediata. Nadie respeta a un líder errático, arbitrario o incapaz de priorizar.

Así, cuando un profesor importuna a los padres de un alumno para una nimiedad, no sólo pierde el respeto de estos, sino que el propio niño es consciente (aún de forma instintiva) de esta carencia de criterio. Porque si un docente da importancia a lo anodino, ¿cómo distinguirá el alumno la verdadera gravedad cuando se le presente?

Sucede entonces, con razón, que el alumno pierde el respeto al profesor sin criterio. Y sin respeto, la autoridad se desmorona como un castillo de naipes.

Este tipo de situaciones se dan por un motivo muy concreto: la falta de interés de los docentes en mostrarse como figuras de autoridad frente a los alumnos. Hemos creado una sociedad donde la autoridad es denostada como tiránica, un concepto negativo a expulsar de las aulas, cuando la realidad es otra bien distinta. Mientras exista una jerarquía (y esto es algo tan natural al ser humano como lo es entre los animales), la autoridad es un concepto imprescindible.

Sin embargo, como los docentes han adoptado un enfoque maternal y sentimentaloide (no es casual, la inmensa mayoría de educadores son mujeres formadas en universidades profundamente escoradas a la izquierda) nos encontramos con el problema actual.

Porque resulta, esto parece incomprensible para muchos, que el respeto se gana, no es un derecho intrínseco. Y dicho respeto surge, como hablamos en la columna anterior, del ejemplo. Un profesor debe manejarse con ejemplaridad si quiere ser respetado por sus alumnos.

Y esa ejemplaridad incluye, entre muchas otras cosas, tener criterio.
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Riachuelo II

Poema dedicado a uno de esos amores profundos, bellos, secretos e inconclusos que uno sufre cuando es tonto.

Madre de Granada

Unas líneas rápidas sobre mi advocación favorita: la Virgen de las Nieves, protectora de Granada.

Un Niño nos ha nacido

Oración que escribí hace ya unas navidades, y que en varias ocasiones he estado tentado de modificar; pero fueron fruto de un rato ante el belén, por lo que así quedarán estas líneas.

De autoridad (1)

La semana pasada iba con la furgoneta de camino al trabajo cuando vi un coche de la Guardia Urbana, la policía local de Barcelona, detenerse en una zona de parada de taxi. No puso los pirulos ni tiró de sirena. De hecho, ni siquiera usó el intermitente. Simple y llano, se saltó el carril bus y paró. Como íbamos al mismo sitio, el supermercado de la zona, lo imité.


Paré detrás suyo, ya en zona de descarga, puse las luces de emergencia, bajé. Al mismo tiempo, del patrulla bajaron dos agentes. Mujeres cercando la cuarentena, en buena condición física, atractivas incluso en el poco favorecedor uniforme de la policía. Una de ellas con el teléfono móvil en la mano.


Tengo costumbre de saludar a los policías de servicio, sea con una leve inclinación de cabeza, bien con un escueto «buen servicio». Aunque los tiempos estén cambiando y hoy en día sea casi un crimen acercarse a una desconocida, no iba a ser menos con ellas. Soy un tipo anticuado. O quizá por ser nieto (por partida doble) de la Guardia Civil. Tal vez fue vestir uniforme la mayor parte de mi vida laboral. En cualquier caso, al acercarme a ellas (íbamos al mismo sitio, repito), la conductora alzó la barbilla e hinchó el pecho.


Mala señal.

-Tú sabes que esto no lo puedes hacer, ¿verdad?


La miré sin comprender muy bien a qué se refería. Como de costumbre, llevé la mano a la barba antes de responder, una especie de mecanismo de defensa instintivo utilizado por quienes, como yo, no tienen demasiada confianza en sí mismos.

-Buenas tardes, agente. ¿Hay algún problema?

-Que no puedes dejar el coche ahí. No es un vehículo comercial.


Alcé una ceja, extrañado.

-Su coche no parece un taxi, agente.

– Nosotros vamos a parte.


Fruncí el ceño. Respeto la autoridad, pero llevo regular el abuso de ella. Iba a responder de malas maneras cuando la agente prosiguió con la amonestación. No podía dejar el coche ahí, insistió. Qué me había pensado, justo detrás de un coche patrulla, con la policía delante. La escuché en silencio. Tras unos segundos, acrecentada tal vez por mi pasividad, añadió ufana:

-Podría proponerte por una sanción administrativa, ¿sabes?


Eso fue demasiado.

-Mire, agente, con el debido respeto: haga lo que deba. Yo entro a trabajar en quince minutos y voy a comprarme la cena. Póngame una multa, píncheme las ruedas del coche o llame a una grúa, pero tengo cosas que hacer.

-No -respondió, quizá un tanto sorprendida por el escaso valor dado a su bravata-, si te lo decía para que lo supieses.

-Pues ahora ya lo sé -zanjé molesto-. Si me permite.


Eché a andar hacia el supermercado seguido por las agentes a una distancia prudencial, mascando en silencio el enfado. Entonces sucedió la magia. La vida, en ocasiones, pone a nuestro alcance pequeñas satisfacciones, vasitos de miel para aliviarnos la bilis diaria. En esta ocasión, en forma de delincuentes.


Eran media docena de niños de Teresa Rodríguez. No falla. Chándal, gorras, “música” del criminal repugnante de Morad, patinetes, riñoneras Gucci. El olor a chocolate, el humo, la actitud. Navajeros del tres al cuarto, el tipo de gentuza no adecuada para la puerta de un supermercado a las cinco y cuarto de la tarde.


Sonreí para mis adentros. El par de agentes, tan celosas respecto al adecuado cumplimiento del reglamento de circulación, sin duda se batirían el cobre con los muchachos. Documentación, manos en la pared, requisa de estupefacientes y navajas, lo básico. Sonreí porque sabía de antemano cómo iban a proceder.


Me adelantaron.


Iban un par de metros por detrás de mí, pero entraron al supermercado por delante de un servidor. Mirada al infinito militar una, anclada al móvil la otra. Ahogué una carcajada amarga en el fondo de la garganta. No la dejé salir para no ofender a las agentes.


A fin de cuentas, yo no fumaba porros con una navaja en el bolsillo. Sólo soy un currela con una Renault Kangoo y el mismo forro polar del Ejército desde 2015.


Resulta curioso cómo cambian las cosas. La imperiosa voluntad de cumplir con el deber y hacer acatar la legislación vigente de dos policías en nómina y servicio duró lo que tarden en presentarse problemas por ello. El guante de seda con el delincuente, puño de hierro con el hombre honrado.


El verdadero problema aquí no es la diferencia de trato, no obstante. Eso sería quedarse en lo superficial, nada más lejos de mi intención. El problema real es no predicar con el ejemplo.


El hombre que pretenda dar lecciones debe hacerlo desde su propio ejemplo. Cumplir primero con las obligaciones y deberes propios antes de exigir a los demás lo mismo. Lo contrario, además de hipócrita, comporta un perjuicio elemental: la pérdida absoluta de criterio de autoridad.


Si retiramos la autoridad a un agente de la autoridad… ¿Qué queda?

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Esa época del año

De esta burocrática manera, el mayor acontecimiento de la historia iba a suceder. Y es que Dios escribe recto en renglones torcidos, aun cuando haya funcionarios de por medio. Así de Todopoderoso es.

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