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Desde la cuneta

De autoridad (2)

Uno de los principales problemas de trabajar en horario nocturno es no recoger a mis hijas del colegio todos los días, como quisiera. No sólo por el placer de pasar tiempo con ellas, cosa obvia (aunque hoy día sea necesario remarcar hasta la más mínima obviedad), sino por la relación directa con el colegio. De forma más concreta, con los docentes.

De un tiempo a esta parte, desde mis últimos años como estudiante en el lejano 2009 hasta la actualidad, he perdido el respeto por el sistema educativo y por quienes en él medran. Quizá sea haber vivido los primeros coletazos serios del independentismo en las aulas, la venta descarada de la formación de nuestros jóvenes a los políticos por el mísero precio de un plato de lentejas al cual accedieron los profesores con extraordinaria facilidad. Tal vez se deba a la mediocridad general de quienes tratan de instruir a nuestras futuras generaciones. O sea, cosa también posible, por la absoluta falta de interés de los mercenarios del sistema por hacer lo mejor por sus alumnos y en lugar preocuparse de la cartera.

Un ejemplo de esto fue la reciente huelga de profesores a causa del aumento de diez días lectivos en el calendario escolar. Un sector profesional adormecido ante una veintena de planes educativos distintos, a cada cual más mediocre e interesado por adoctrinar a los muchachos en las nefarias virtudes del socialismo institucional, se alzó en armas en cuanto les recortaron diez días de sus casi sesenta jornadas festivas. ¿Cómo se puede respetar a un colectivo así? Existirán excepciones, por supuesto. Las podéis encontrar en mi cuenta de tuiter en cuanto se trata el tema. Todos son excelsos al otro lado de la pantalla y el anonimato.

Divago. Permitidme reconducir la columna.

Decía echar un falta una relación más íntima con los profesores. Y no miento, aún si resultase contraintuitivo a simple vista. La echo un falta para evitarme gilipolleces. Me explico:

Mi señora me mandó un audio de whatsapp con el tono utilizado por las esposas cuando toca hablar de niños. Voz grave, seria, un punto afectado. Por lo visto, la menor de mis hijas había hecho una trastada. Había tirado un rastrillo de plástico por encima del muro del patio del colegio. Se lo explicó la tutora a mi mujer cuando recogía a las niñas, imagino usando el mismo tono ominoso.

-Pero… ¿Eso es todo? -pregunté.

-Sí.

-Vamos a ver…

Me ahorro el resto de charla e iré directo a las conclusiones.

Uno de los principios de la autoridad es el criterio. Sin un adecuado criterio, es decir, si la persona en quien reside la autoridad toma decisiones arbitrarias, desprovistas de razonamiento o, como es el caso hoy, otorgando una excesiva importancia a nimiedades, esta se ve resentida de forma inmediata. Nadie respeta a un líder errático, arbitrario o incapaz de priorizar.

Así, cuando un profesor importuna a los padres de un alumno para una nimiedad, no sólo pierde el respeto de estos, sino que el propio niño es consciente (aún de forma instintiva) de esta carencia de criterio. Porque si un docente da importancia a lo anodino, ¿cómo distinguirá el alumno la verdadera gravedad cuando se le presente?

Sucede entonces, con razón, que el alumno pierde el respeto al profesor sin criterio. Y sin respeto, la autoridad se desmorona como un castillo de naipes.

Este tipo de situaciones se dan por un motivo muy concreto: la falta de interés de los docentes en mostrarse como figuras de autoridad frente a los alumnos. Hemos creado una sociedad donde la autoridad es denostada como tiránica, un concepto negativo a expulsar de las aulas, cuando la realidad es otra bien distinta. Mientras exista una jerarquía (y esto es algo tan natural al ser humano como lo es entre los animales), la autoridad es un concepto imprescindible.

Sin embargo, como los docentes han adoptado un enfoque maternal y sentimentaloide (no es casual, la inmensa mayoría de educadores son mujeres formadas en universidades profundamente escoradas a la izquierda) nos encontramos con el problema actual.

Porque resulta, esto parece incomprensible para muchos, que el respeto se gana, no es un derecho intrínseco. Y dicho respeto surge, como hablamos en la columna anterior, del ejemplo. Un profesor debe manejarse con ejemplaridad si quiere ser respetado por sus alumnos.

Y esa ejemplaridad incluye, entre muchas otras cosas, tener criterio.
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Víctor Torres Alonso

Padre. Marido. Español. Escribo libros mal y forjo cuchillos bastante peor. Pásate a saludar por mi cuenta de Twitter: https://twitter.com/VTorresAlonso

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