Birras y Divagaciones

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Mes: octubre 2024

Discurso premios Hazte Oir

Buenas noches:

Intentaré no robaros mucho tiempo. Bueno, los que nos conocen ya sabéis que en Terra Ignota siempre somos de intervenciones breves y pocas palabras.

En primer lugar, obviamente, expresar nuestro agradecimiento a Hazte Oír. No por este premio, que sería motivo suficiente, sino por toda la labor que estáis desarrollando en todos los planos: cultural, mediático, político y judicial. Que se nos reconozca a nosotros desde esta organización es un verdadero honor, pues cuando nosotros todavía íbamos en pañales vosotros ya estabais dando todas estas luchas.

Para los que no nos conozcáis, Terra Ignota es, sobre todo, un grupo de amigos. Con Jürgen, Ike, Pepe, Getro y Pirata, en nombre de los que yo hablo hoy, formamos una pequeña panda con valores compartidos e inquietudes similares que un buen día de 2020 decidieron charlar con una cámara delante. Sin pretensiones, sin dedicarnos en exclusiva, sin creer jamás que nos escucharían más de cuatro gatos. Es tan poco épico como suena, así que damos por hecho que este premio no se puede deber a esto. Y no nos duele en absoluto.

No nos duele porque sabemos que este galardón es un reconocimiento a toda la comunidad de la que simplemente formamos parte. Una comunidad que incluye a Rubén o a Josema, que igual que están un día hablando con Iker Jiménez vienen un día a tomar una cerveza con nosotros. O a Borja, que igual te dibuja a Tarzán que se bate los cobres en Ferraz cada noche. O a Nuna, que se bate los cobres en Ferraz cada noche y acaba sentando a Sánchez en un banquillo. O José Andrés y Ana, que no han dejado de batirse los cobres en Ferraz.

Nuestra comunidad une a gente de lo más variopinta. Catedráticos que beben agua española y tuiteros que solo conocemos por su nick, pero que nunca se pierden un sarao. Hay quien publica artículos en una web, el que se va 12 veces a por hielo en la capea; otros se cruzan media España (o toda Europa) para no faltar a la Dator el 28 de diciembre, otro saca un trombón en una fiesta, otro se pasa horas haciendo una paella para 100 mientras debate sobre transhumanismo, geopolítica o maternidad. No puedo nombrar a todos ni me hace falta pedirle a Hazte Oír un premio para cada uno, porque este ya es de ellos. Bueno, y sobre todo de las chicas que están en esa mesa de ahí, que aguantan cada domingo cenar tarde y que, en verdad, son ellas las verdaderas protagonistas.

En fin, en esto queríamos basar nuestra intervención de hoy. Aprovechar estos minutos que nos regaláis para reivindicar no nuestro papel de creadores de contenido sino el de nuestra comunidad como creadores de eso, de una Comunidad más grande. Una comunidad amalgamada por la defensa del Bien, la Verdad y la Belleza, nacida de la fe y que aspira a la virtud. Donde caben los boomers, los millennials, la generación Z. Gente de Helsinki, Armenia, Polonia, Coruña, Valencia, Madrid… Cada vez más de Hispanoamérica. Es una comunidad donde se juntan coroneles del ejército, madres de familia, torerillos, sacerdotes, músicos, una Miss España… Y, por alguna razón que nunca entendemos, muchos, muchos gallegos.

En fin, solamente queríamos reivindicar esta comunidad porque es lo más importante que tenemos. Los del otro lado son muchos y muy malos y tenemos que estar orgullosos de la gente que emprende y apoya proyectos nuevos: podcasts, libros, convocatorias, documentales, un local donde reunirse. A los que ya formáis parte de esta comunidad: muchas gracias. A los que todavía no: estad atentos a las nuevas noticias, se vienen cositas y… ¡Bienvenidos a la Terra Ignota!

Palabras


Es bien sabido por ti, querido y único lector, y permíteme que utilice el vulgar tuteo, que quien estas cuartillas digitales emborrona cada dos semanas es un fanático de las palabras, de sus significados, de su etimología. Tal es la pasión que por ellas tengo que, de muchos años atrás a esta parte, vengo confeccionando en un cuaderno de anillas un diccionario manuscrito colmado de palabras que encuentro en libros, artículos o reveladas por personas más sabias, no es esto para nada complicado, que yo. Lo ojeo con frecuencia, no sólo para fijar o refrescar en mi memoria el significado de tal o cual término, sino que también me sirve para analizar el cambio de mi caligrafía obrado por la magia del paso, ineludible, de los años.

            Hay palabras que a uno le enamoran, bien por alguna de sus acepciones, bien porque le traen a la memoria las páginas del libro donde la descubrió o bien por los recuerdos o anhelos que ellas le evocan. Me gustan especialmente aquellas que el diccionario de la R.A.E. cataloga como en desuso o antiguallas. Esas son mis chatarrillas favoritas. Me viene a la mente, a la par que esto escribo, la palabra conticinio, que no es otra cosa que esa hora en que la noche se viste con el terno del silencio más absoluto y que nadie osa desbaratar siquiera con un respiro quedo. Otro prodigio es feérico, que nos traslada a ese mundo de maravilla y mágico que son las hadas, a los cuentos de nuestra más remota infancia, a la más telúrica tradición sapiencial.

            También existen términos que por arte de birlibirloque o por la mera repetición de a quién le interesa, se ponen de moda y pasan a engrosar los mantras manidos, sobeteados y utilizados sin ton ni son por todos y cada uno de los mortales que nos rodean. Estas palabras empiezan empleándose desde el poder o las altas esferas y descienden a pie de calle, como decía, y a fuer de repetición, repetición y repetición incrementan el lenguaje ordinario de una manera artificial, como todo lo que se genera, con interés pérfido, en las alturas y desciende al barro del que estamos hechos. No suele ocurrir, sin embargo, a la inversa, donde lo que mana del carácter popular y asciende hacia las alturas suele fijarse y dar esplendor, pues está confeccionado desde la verdad y por la verdad.

            «Implementar», «resiliencia», «sorodidad» y miles de anglicismos estomagantes se instalan a vivir en las habitaciones del lenguaje cotidiano de las banderas ideológicas, que no de las ideas. Se citan hasta la saciedad en tertulias televisivas, de internet o de esa aplicación de videos que todo el mundo ve, entre pelos de colorines variopintos y velas a las que aferrarse para flamear al compás de los vientos que soplan. Yo, que huyo de todo ello como alma perseguida por el calor del fuego del infierno, me niego en rotundo a utilizarlas, tal y como ahora se usan, y tiene vuesa merced, querido y único lector, patente de corso para arrearme sonoro cachete en mi cabeza monda, si me escucha o lee alguna de ellas en algún momento de flojera vital. Del que, por cierto, nadie estamos libres.

            De la misma manera que hay palabras que, como decía, se ponen de moda y suenan en todas las cuerdas vocales de los aduladores de las ideologías, que no de las ideas, también hay otras que aunque no caen en el cajón con llave del olvido, se desvirtúan sobremanera. La palabra ubicada en esos parámetros y que más llama la atención es responsabilidad. Es una palabra hermosa, cargada de un contenido inefable y de una extraordinaria importancia en las vidas adultas de los bípedos implumes. La responsabilidad nos condiciona de tal manera que se convierte en una de las guías de nuestra vida social, entre otras muchas, lógicamente, dentro de la madurez, del servicio a los demás y de las elecciones vitales que orientan nuestra existencia. Pero la responsabilidad, a día de hoy, es como ese terrón de azúcar que se diluye en nuestro café vespertino. Todo el mundo quiere endulzarse con él pero no quieren que les engorde. La gente elude la responsabilidad y, de este modo, pretenden salir indemnes del revolcón y de las heridas que ésta puede llegar a provocar.

            En un mundo infantilizado, para ser más manipulable ¡ojo!, la responsabilidad no es más que una losa lejana, que les pesa a los demás y no a nosotros, meros espectadores. Por eso no queremos responsabilizarnos de nuestras acciones. Pero tampoco de nuestras elecciones, y, si éstas la cagan y llaman con la familiaridad del nombre de pila a la iconoclastia, nosotros, irresponsables como somos, nos aferraremos a los electos como garrapatas en celo para evitar las consecuencias que pudiéramos tener. De esta manera, si a la persona que hemos votado para dirigir el país, la región o el municipio lo fragmenta, lo arruina o lo deja a rebosar de esputos infectos, ésta tiene responsabilidad civil, penal e incluso militar, por supuesto, y por ello deberá pagar; pero quien lo ha encumbrado al poder mediante sufragio, se ha asido con su lengua a las presidenciales posaderas con tal de no dar la razón, cuando la tenga, al contrincante, y no reniegue de su error, poseído por una vil ideología, también tiene una responsabilidad por todo lo originado. Y también ha de pagar por ello.

            Y algo que los malditos roedores olvidan en demasía es que la responsabilidad es una palabra que va irremediablemente unida a la libertad para elegir, para ser, para comprometerse.

P.S. «Si me engañas una vez, tuya es la culpa; si me engañas dos, es mía».  Anaxágoras.

Asomado a la ventana de Overton viendo el mundo arder

¿Alguna vez se ha parado a pensar, estimado lector, en todas aquellas cosas que son ampliamente aceptadas en la sociedad actual pero que serían consideradas ideas completamente inmorales ―o incluso macabras― hace quince, veinte o treinta anos? Este fenómeno tan usual en nuestros días se explica con la teoría de la «Ventana de Overton». Joseph Overton, creador de la teoría que lleva su nombre, analizó cómo es posible cambiar la percepción de la población sobre ciertos temas a través de la persuasión pública y la progresiva implementación de medidas y políticas específicas. De esta manera, el marco mental de los ciudadanos es susceptible de ser alterado al antojo de los líderes políticos y de opinión, las grandes corporaciones, la industria mediática y audiovisual, etc. Como resultado, lo que antes era inadmisible, hoy se mueve dentro de la ventana de Overton y pasa a ser aceptado de manera generalizada.

Hace unos días leí la noticia de que una joven de diecisiete años había recibido la eutanasia en los Países Bajos, alegando que padecía una profunda depresión desde hace algunos años. Esta noticia había generado cierto debate ―aunque mínimo― en el país, después de la denuncia por parte de algunos médicos psiquiatras, los cuáles fueron severamente reprendidos por la Royal Dutch Medical Association, la principal asociación médica del país. La noticia me causó indignación y una profunda tristeza. Es otro ejemplo más ―demasiados en muy poco tiempo― de cómo la opinión pública ha asumido como respetables políticas e ideas deleznables y completamente opuestas a los valores de nuestra civilización. ¿Cómo es posible despojar de cualquier valor a la vida de una joven de diecisiete años de una manera tan vil?; y, sobre todo, ¿cómo es posible que la sociedad no reaccione de forma unánime levantándose en contra de un acto así? Esto refleja a la perfección la teoría de la Ventana de Overton y pone de manifiesto el fuerte poder de manipulación al que esta sometida la sociedad.

A muchos se les llena la boca afirmando que el sistema actual de democracia liberal es el adalid del progreso y la libertad. Sin embargo, en esta sociedad degenerada y anestesiada casi nada es progreso, y nada es libertad. La ruptura con los valores supremos que dieron forma a lo que somos ―o éramos hasta hace no tanto― y que nos permitieron avanzar sobre la base de unos principios morales sólidos nos ha llevado al abismo. Este sistema voraz y malvado se ha empeñado en destruir todo lo anterior para reconstruirlo desde cero de acuerdo al plan diseñado por unos pocos muy poderosos; y lo que es mas grave, lo ha hecho de manera sigilosa, siempre dentro del marco legal establecido. Esto ocurre cuando el marco legal depende ―en la teoría, pero nunca en la práctica― de la voluntad del pueblo; y, por tanto, manipular el marco legal se convierte en algo tan sencillo como manipular al pueblo. El clásico truco del trilero. Así, en este mundo distópico en el que nos ha tocado vivir, una ley es considerada buena y legítima por el simple hecho de ser respaldada por quiénes poseen la mayoría electoral, aunque esa mayoría haya sido descaradamente engañada por el camino; y a pesar de que de la ley se deriven actos tan atroces como el sucedido en los Países Bajos. La banalidad del mal en su máxima expresión.

Este empeño en triturar todo lo pasado tritura, a su vez, a los ciudadanos, y genera un sistema de individuos sin valores morales, esos que forjan y explican la identidad de un pueblo; y a través de los cuáles los ciudadanos son capaces de hacer frente a la fuerza del sistema sobre la base de un destino común, sin las artificiales divisiones producidas por las ideologías. Al contrario del solitario individuo, que vive de manera egoísta en la burbuja de su sistema moral independiente, la persona es el resultado de múltiples elementos estrechamente relacionados con su entorno, muy especialmente los valores familiares y sociales. Frente al poderoso Estado, un individuo siempre será un blanco mucho mas fácil y débil que un núcleo social que exista y se desarrolle de acuerdo a unas convicciones morales sólidas y asentadas en el tiempo. Pero es evidente que al sistema esto le trae sin cuidado. Su objetivo final será siempre convertir a las personas en individuos. Como resultado, nos vemos condenados a habitar en esta sociedad atomizada y corrompida por la mentira, despojada de cualquier atisbo de identidad en un mundo cada vez más abocado al nihilismo.

Frente a esto, se hace necesaria una movilización social que exija y batalle por la recuperación de todo lo perdido ―o más bien, de todo lo robado―. Para ello, es completamente esencial, como primer paso, tomar conciencia del verdadero problema y del verdadero enemigo, ya que de nada sirve condenar las consecuencias si no se ahonda en las causas. La mayoría de los ciudadanos están hartos, a pesar de que algunos se empeñen ―de manera consciente o inconsciente― en perpetuar el statu quo con sus acciones y decisiones; pero la realidad es que aún pocos conocen la verdadera razón de ese hartazgo. Pocos se han parado a reflexionar y desarrollar una crítica profunda y fundamentada hacia el sistema imperante; aunque bien es cierto que el propio sistema no facilita la tarea. Sin embargo, hay que tener presente que únicamente será mediante el conocimiento que se podrá alcanzar el objetivo final y, por ende, la auténtica libertad.

Este objetivo final no es otro que reivindicar que ciertos principios y valores, aquellos que deben servir de base y de guía para un pueblo, no son democráticos; que no necesitan de mayorías para ser ciertos y que no aceptan contradicciones. Es necesario abrazarlos tal y como son para que vuelvan a iluminar nuestra sociedad y nos permitan desarrollar una convivencia sana y funcional, alejada de divisiones y cercana a la naturaleza humana, a la libertad verdadera y al bien. Cerremos la ventana del mal. Hagámoslo unidos, por nosotros y por todos los que serán.

Ignacio G.

Mi carta personal al Santo Padre

En los últimos días, he estado animando a varias personas a que escriban a Su Santidad el Papa Francisco para pedirle que defienda la Basílica de la Santa Cruz del Valle de los Caídos y a la comunidad benedictina que allí reside. Creo que es importante alzar la voz de manera respetuosa y sincera, siempre con la intención de buscar el bien común y la reconciliación.

A continuación, comparto el texto de mi carta personal por si a alguno le sirve de inspiración para escribir la suya. Recuerda que lo más importante es que cada carta sea personal, que refleje las propias palabras y sentimientos de cada uno. Lo que defendemos es algo noble y lo debemos hacer siempre con educación, buscando la paz y el bien.

Podéis enviar vuestras cartas por correo ordinario (vale 2-3 euros) a esta dirección:

Sua Santità Francesco

Secretaria de Estado Palazzo Apostólico Vaticano
00120 Città del Vaticano


A Su Santidad el Papa Francisco
Ciudad del Vaticano

Santidad,

Con todo respeto y profunda devoción, me permito dirigirme a usted, Pastor y Padre, para hacerle llegar una súplica en defensa de la Basílica de la Santa Cruz del Valle de los Caídos, así como de la comunidad benedictina que allí reside. Esta Basílica, aunque erigida tras un conflicto sangriento, nació con el firme propósito de unir a todos los hermanos en Cristo bajo la sombra de la Cruz. Ha sido siempre un lugar de oración y de memoria, donde se nos recuerda los terribles frutos del pecado y, a su vez, cómo en la Cruz cabemos todos, sin importar nuestro origen o historia.

Uno de los males que ha afligido a España a lo largo de su historia es el cainismo, los ataques entre hermanos. Sin embargo, el Valle de los Caídos fue concebido como un símbolo de reconciliación, un lugar donde los fieles de todos los bandos y contextos pudieran unirse en oración y reflexión, superando las divisiones que nuestra guerra civil creó. Allí, los monjes benedictinos, imitando a su santo fundador, San Benito, revitalizan ese espacio con su oración sincera, ofreciendo un testimonio de piedad, apertura a todos y llamada a la pobreza y al perdón.

El recinto ha sido también un lugar de formación con la presencia de una escuela y, en el pasado, un Centro de Estudios Sociales que promovía un pensamiento económico y político fundamentado en la Doctrina Social de la Iglesia. Este es otro testimonio del compromiso del Valle de los Caídos con el servicio y la promoción de la dignidad de todas las personas, especialmente de los más necesitados.

Es lamentable que, tras décadas de avances hacia la reconciliación, siendo esta prácticamente total durante los años 1990 y 2000, hoy se reabran las heridas de la guerra civil, volviendo a dividir a la sociedad en bandos de buenos y malos, generando la misma crispación y odios que nos llevaron a enfrentarnos entre hermanos. Y es más doloroso aún que estos ataques no se limiten al ámbito político, sino que también alcancen a la Iglesia misma.

Por respeto a los muertos de ambos bandos, muchos de los cuales han sido beatificados o canonizados, por la defensa de los monjes que con su vida y oración ofrecen un testimonio de reconciliación, y por todos aquellos que deseamos mirar al futuro en un espíritu de perdón y encuentro bajo la sombra de la Cruz, humildemente solicito a Su Santidad que defienda la Basílica de la Santa Cruz del Valle de los Caídos y a la comunidad benedictina que allí reside.

Que el Señor, a través de la intercesión de la Virgen María, le conceda a Su Santidad sabiduría y fortaleza en su ministerio. Le pido que me tenga presente en sus oraciones, como yo lo tengo a Su Santidad en las mías.

Con filial devoción y afecto en Cristo,

Jürgen Ignoto

Abstracciones concretas

Tarde de martes cultural; dos presentaciones de sendos libros casi simultáneas En honor a la verdad, con una sola hora de diferencia. Terminada la primera de las presentaciones rápido hacia la segunda, distante un kilómetro y medio. Consigo llegar, qué digo llegar, asistir a ambas.

            En la primera, tras el libro que desde Sevilla había venido a presentar, don David Cerdá, con su Dilema de Neo.  En la segunda, como decía, distante un kilómetro y medio de cuestas por el barrio de Malasaña de Madrid, don Carlos Marín-Blazquez hacía lo propio con su Escala Humana. Dos presentaciones, dos libros, dos editoriales diferentes, pero lo curioso es que ambos coincidieron en muchas cosas de las que se dijeron.

            Distinguir lo abstracto de lo concreto. Me quedé con esa idea y la fui masticando durante mi trayecto a pie hasta la estación de cercanías. Absorto en la idea caminaba cuando a la altura de un chaflán ocupado por la codicia de los bancos escuché unas risas que me dieron de bruces con la realidad circundante. En el espacio destinado para cajeros automáticos un grupo de chicos rodeaba a varios mendigos que se cobijaban con las mantas del olvido, del desinterés y de la miseria. Saltaron mil alarmas interiores. Desaceleré el paso raudo en el que me había quedado a vivir. Los mendigos bromeaban con sus historias de la calle; los chicos que les rodeaban reían. Me fijé en uno de ellos, de los chavales, el que portaba un termo de grandes dimensiones, con capacidad para dos litros o dos litros y medio de contenido, calculo a ojo de inexperto cubero. 

            Las alarmas se me desactivaron al comprender la escena. Un grupo de muchachos, probablemente habitantes del mismo barrio, sin tatuajes ni pelos teñidos de colores variopintos ni ataviados con ropas deportivas de no hacer deporte ni portadores de pancartas o lemas sobetados, habían llevado algún caldo, café o similar para  los pobres. Un acto caritativo, como Dios manda.

            Esta situación me llevó a continuar con mi pensamiento sobre lo abstracto y lo concreto. Lo presenciado no era otra cosa que un acto revestido con el maravilloso carácter de lo concreto y se había olvidado, como no puede ser de otra manera,  del carácter abstracto. Lo abstracto se extiende por nuestra sociedad como esa nube tóxica que no deja apreciar o contemplar siquiera un rato lo concreto. La solidaridad, así, en abstracto, tapa con una venda los ojos de la caridad. Y mis pensamientos  continuaron por tales derroteros llevándome por sendas y trochas apenas transitadas. La solidaridad, las manifestaciones en favor de los damnificados por la guerra de tal o la guerra de pascual tienen unos principios nobles, de preocupación por la humanidad, otro concepto abstracto, de intentar cambiar el mundo; pero esos principios nos alejan del concepto, concreto, de caridad y de prójimo, mucho más cercanos, con cara, ojos y nombres propios, que esa nube incierta de personas lejanas, sin forma ni color denominada humanidad. Pero el prójimo, el que tiene nombre y duerme en el habitáculo destinado para el cajero automático de nuestro barrio hace preguntas, piensa y habla muchas veces cosas incómodas con la que nos escupen la realidad a la cara, cosa que no nos hace esa humanidad lejana, carente de rostro y de nombre propio que tanto nos preocupa. 

      Imagen de Apollo22    

   La humanidad por la que, como decía, tanto nos preocupamos no implica esa responsabilidad por ese prójimo (Manuel, Carmen o Eloísa) que tiene problemas con el alcohol, las drogas y la policía y que, por cierto, molesta en el barrio con sus cartones, con su vino de saldo y baratillo y sus peleas por el rincón más calentito del parque. Es la responsabilidad de ser verdaderamente buena persona y ayudar a quien tenemos a nuestro lado, con un termo de café caliente que entone el cuerpo en invierno, con una sonrisa y un buenos días y, sobre todo, un poco de afecto que les deje de hacerles sentir como seres invisibles, arrumbados a los arrabales de la indiferencia. Pero eso implica un esfuerzo y, como decía, una responsabilidad, que la gente del barrio, el común de los mortales no está en disposición de asumir. 

            Lo abstracto se configura como ese no lugar donde  nuestra conciencia se lava, se centrifuga y se seca al sol de los eslóganes y de las buenas palabras vanas, vacías de contenido y significado, de esencia. Porque el mundo lejano nos atrae como nos atraen esos niños repletos de mocos, rodeados de moscas y aquejados de hambruna; pero rechazamos con ímpetu o con la peor de las indiferencias, que no sabemos qué será peor, al pobre enfermo mental que nos asalta en el vagón del metro pidiendo ayuda, a la embarazada que con estoicismo clásico aguanta de pie a que alguien se levante de su asiento en el autobús o a la abuelilla del tercero que tiene que subir a rastras la cesta de la compra hasta sus aposentos, entretanto, nosotros pasamos deprisa, sin fijarnos en ese sufrimiento cercano porque llegamos tarde a la convocatoria de manifestación que ha hecho nuestro sindicato, nuestra ONG de cabecera o el partido político al que religiosamente votamos cada cuatro años, todos debidamente subvencionados, para protestar por cualquier asunto abstracto e ideologizado que esté de rabiosa actualidad.

https://javirfdz.blogspot.com/2024/10/abstracciones-concretas.html

Interruptus

Desconozco si le ocurre a todo el mundo o sólo a este humilde servidor que les escribe, pero cuando me encuentro conversando con alguien, suele ocurrir que nos asalta una tercera o terceras personas que, a saco, entran entre ambos e interrumpen la conversación. Me he dado cuenta de que en estos últimos tiempos me sucede con una frecuencia inusitada. No sé si antes me ocurría o que, de un tiempo a esta parte, le presto más atención al asunto.

                                                                                                   Imagen de Peggy_Marco

            El caso es que los asaltos a los que me refiero suelen ir acompañados de una prisa feroz, una verborrea llamémosla feraz y, lo más molesto, una exquisita mala educación. No importa o da igual si la conversación es de la más vital de las importancias o, por el contrario, fútil como cualquier conversación climatológica plagada de típicos tópicos. No importa. Lo que importa es que sea el tipo de conversación que sea, es nuestra conversación, sí, con título de propiedad, escrituras y nota simple. Y eso es lo que hay que respetar, porque se le debe un respeto.

            Una vez que el diálogo ha sido malherido por el machete de la interrupción, éste suele perder fuelle de tal manera que lo más habitual es que haya recibido la extremaunción y no queda otra que acompañarle con las palabras de despedida, dejando un sinsabor de boca del que ninguno de los interlocutores es merecedor. Una pena, vaya.

            Pero el sinsabor, y eso es la lectura buena que le puedo extraer, es que me hace recapacitar sobre lo sucedido y me conduce a una suerte de pensamientos o conclusiones de diversa índole. El primer pensamiento que se instala en mis mientes suele ser el de la precariedad del elemento disruptivo de conversaciones ajenas. La precariedad a la que me refiero es la precariedad intelectiva de al parrafada disfrazada con el traje de novia de la urgencia con la que se suele partir en dos el diálogo originario.

            El segundo pensamiento suele ser la enorme confusión existente en estos tiempos que corren entre lo urgente (la chorrada) y lo importante, en este caso mi atención a las palabras, los gestos y la necesidad de comunicación, comprensión o empatía de mi interlocutor primario, vamos, la persona con la que me encontraba conversando antes de la intromisión ilegítima del tercero en discordia.

                                                                                       Imagen de Vocablitz

            El tercer pensamiento recurrente es la importancia del individuo interruptor, o más bien, la importancia que cree tener dicho elemento. Nos hemos o nos han acostumbrado a que lo realmente valioso es uno mismo, sin importar un ápice todo lo que nos rodea. Esa validez que tiene lo mío, lo mío y lo mío actúa como patente de corso para que los demás  nos importen una mierda. Con perdón. Somos el centro de este mundo, y todo ha de girar a nuestro antojo o necesidad, aunque suele ser más potente lo primero, y, lo peor de todo, este mundo se debe parar en seco para satisfacernos. Satisfacción inmediata. Muy al son que se baila en este tiempo.

            Y una vez satisfecho nuestro capricho veneciano, eso sí,  empapado en el papel urgente de la necesidad, nos dan igual los cadáveres que el río arrastre con su corriente. Eso ya no es asunto mío. O nuestro.

            Y saco a relucir lo de los cadáveres porque una de esas interrupciones me llegó, de sopetón, como no podía ser de otra manera, en el momento que daba el pésame a un conocido que con el corazón ensangrentado me había comunicado el fallecimiento de su señor padre, de quien, por cierto, había heredado una excelente educación, una vasta cultura y una hidalguía colmada de la más interesante elegancia. Imagínese, querido lector, el rictus de su cara cuando el interruptor de turno arrasó con el momento para pedir ya ni sé qué cosa. Ese día no me corté, como suelo hacer por una imagen extraña y errada de buena educación, y, con una sonrisa en los labios le dije que ni era el momento ni, por supuesto, eran las formas y que nadie le había dejado en prenda ningún cirio para aquel entierro, nunca mejor dicho.

            No me dedicó la mejor de sus caras, debido a la gran importancia que, para él, tenían las palabras que iban a interrumpir el pésame de mi conocido. Lo cierto es que nunca lo sabré, porque desde entonces no recibo de dicha persona otra que no sean miradas de enemistad y aborrecimiento.

                                                                                         Imagen de FreeFunArt

            Y ahora, llegados a este momento he de interrumpir este escrito para acudir con la urgencia que da la ignorancia a dejar de interrumpir a cualquier grupo de personas que se encuentren alegremente dialogando, ya  que si esto no hago, la gente creerá a pies juntillas esa fama de persona inactual que me precede, con razón.

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