Birras y Divagaciones

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Día: 9 de abril de 2024

Iniciativa

La falta de iniciativa política es un grave problema. Nace de muchas causas. La principal es la imitación. Qué facil es dejarse llevar por la corriente de los titulares de entretenimiento y hablar cada día de lo que toca. Uno, de tal decisión del Ejecutivo; otro, de lo que dice un grupo del Legislativo; el siguiente, del nuevo error judicial que librará del peso de la Ley a fulanito o a menganito; y todos, de una u otra corrupción.

Así se suceden los días hasta llegar a un punto en el que el mismísimo presidente del Gobierno se presenta ante el mundo como un antropófago entre huesos humanos dispuesto a alimentar titulares con la profanación de restos mortales –¿acaso un ritual monstruoso como me apunta un amigo con su habitual perspicacia?–.

Todo esto no son más que mezquindades y bellaquerías. Es una máquina de inmundicia para obligar a ocuparse de este tema o de cualquier otro a quien tiene capacidad –aunque sea mínima– de poner sobre la mesa los temas que de verdad importan. Son esas materias de las que al final nadie habla pero que, en realidad, son el sustrato mismo de la cultura occidental.

Porque es a esto a lo que nos enfrentamos: a la muerte de Occidente tal y como lo hemos conocido durante los últimos 2.500 años. Todo es efímero. Y aún más si nadie lo defiende. Unos porque son los que lo atacan desde dentro y otros porque no lo atienden como deberían, porque cada día están ocupados con comentarios sobre la copla de la jornada. Si hay alguien que de verdad quiera cambiar las cosas, lo primero que tiene que transformar son los medios de acción política.

Los conservadores socialdemócratas de todos los partidos quieren dejarlo todo como está para continuar por la senda totalitaria por la que ya avanzamos. Hacer como ellos no alterará las cosas. Tener un discurso distinto no basta. Hay que imponerlo sobre los demás. Y para llegar a tener éxito en esa empresa hay que conquistar la iniciativa política.

¿En qué consiste esto? En primer lugar, en tener diáfanamente claras tres o cuatro ideas esenciales. No hacen falta más, porque de esas pocas ideas fundamentales han de seguir las demás en coherencia con ellas. En segundo lugar, en no distraerse ni contestar jamás a lo que toque cada día. No hay que dar respuestas ni al PSOE ni al PP ni al sursuncorda. Al contrario, tener la iniciativa radica en que sean los demás los que bailen al son de tu música. Esto es, al ritmo de tus propuestas.

La iniciativa política es, en síntesis, convertirse en el motor del debate sobre el que los demás se ven obligados a polemizar. Esto no se consigue de un día para otro. Exige trabajo, discernimiento, determinación y perseverancia. ¿Quién dijo que fuera fácil? Pero es tanto y tan importante lo que está en juego que exige una reacción inmediata de quien esté en disposición de ejercer la iniciativa política. En primer lugar: reconquistarle al Estado la libertad individual.

La Cuartilla – Javier Torrox – 8 de abril de 2024

Del alma de las cosas

Ruge el fuego en la fragua. El hierro pasa del negro al rojo. Del rojo al naranja. Del naranja al blanco. Se posa sobre el yunque y recibe estoico al martillo. Se sucede el rítmico tintineo de los tres metales en sintonía. No es ruido, sino música. Una canción íntima, secreto compartido entre el herrero y su creación. Un golpe al hierro, dos al yunque.

Cling – cling, clang. Cling – cling, clang.

La música se transforma pronto en otra cosa. Ya no es el ritmo de una herramienta sobre un hierro. Es el latido de un corazón. Suena acompasado, perfecto. Todo lo perfecta que puede ser la obra de un hombre.

El herrero apoya su trabajo (suyo, de nadie más) a un lado del yunque. El tono naranja se va perdiendo, cada vez más frío, más rojo. Podría darle un toque más. Enderezarlo antes de volver al fuego. Balancea el martillo. Se lo piensa. Lo vuele a balancear. Sonríe. Lo devuelve a la fragua. Dudar significa fallar. Lo sabe. Ha hecho bien en no dar ese último martillazo.

Dios no creó a Adán con un último golpe al rojo, sino con su aliento. Suavidad, delicadeza. Vida.

El calor vuelve al hierro y así vuelve el herrero al martillo. La mirada fija en su labor, precisión en los golpes. Un mal impacto dejará una marca indeleble. No puede permitírsela. No si busca acercarse a la perfección. No cuando está creando.

La capacidad de crear es quizá el rasgo definitorio del hombre. Una máquina puede cortar, tallar, ensamblar, atornillar. Puede hacer todos los pasos necesarios para construir algo, pero jamás crear. Una inteligencia artificial puede generar imágenes, desarrollar escenarios, escribir textos. Pero jamás crear. Ninguna IA traerá al mundo un Velázquez. Ningún robot tallará la Piedad.

Quizá se acerquen cada vez más. Quizá. Pero siempre serán objetos fríos, inhumanos. Desprovistos de alma.

Una de las creencias ancestrales de nuestra especie es el animismo. Los objetos con alma. No sólo los objetos: montañas, ríos, bosques. También animales. Pero hoy hablamos de objetos. De objetos con alma.

Porque algunos objetos la tienen. Quizá no como la humana. Si es que existe. Pero sí carácter propio. El viejo coche ensamblado por hombres de gruesas manos manchadas de grasa. La herramienta de labranza pasada de mano en mano, de padre a hijo, cien años de trabajo proveyendo de alimento a una familia. El cuchillo templado con mano firme por el herrero, decenas de horas de trabajo, la mirada fija, el sudor en la frente, la garganta desgarrada por el intenso olor a hierro.

El hombre es creador, decía. Está en su naturaleza. Y la creación no es un proceso mecánico, sino espiritual. Consiste en poner parte de uno mismo en su obra. Imbuir de espíritu un material informe mediante el esfuerzo. Doblegar la naturaleza inamovible de la materia mediante la voluntad del hombre, la fuerza más poderosa de la naturaleza.

¿Cómo no tener alma tras eso?

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