Birras y Divagaciones

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Mes: noviembre 2022

Los ojos del panóptico

Ruiz J. Párbole

James es un hombre blanco de 35 años, pese a que sus posibilidades móviles no lo atestigüen. Ha vuelto de su trabajo como desarrollador full stack en una empresa de seguros. Entra en su destartalada habitación y se abre paso entre los cartones de sus últimas compras en Amazon y los tarros arrebañados de Ben&Jerry, a fin de incorporar sus 125 kilos en su silla gaming. Entra en su cuenta de Twitter para inspeccionar el mundo desde su avatar, el cual necesitó imperiosamente en el momento de su creación ser descriptivo al máximo nivel, para que nadie sospeche, para mostrar que está correctamente ubicado. Empieza, pues, su segundo trabajo, el de vigilante.

En su foto principal aparece su voluminosa cara sin demasiado aspaviento, con los hilillos de las patillas haciendo resistencia con sus gafas. Es un selfie lo suficientemente serio como para ser su foto del DNI, salvo por un detalle, su mascarilla, en la que reza la frase Stay safe!. En su descripción, pertenece a la Casa Gryffindor, anima a #TurnTexasBlue y pone la guinda a su descripción con un blindaje bendito, un LGTB+ ally. James va felizmente predispuesto a compartir con la humanidad su nueva tirita en el brazo. Viene de vacunarse, la cuarta ya, *emoji de brazo fuerte (en color racializadx)*, pero en su revisión del timeline se topa con una información (debidamente fact-checkeada) indeseable. El cantante Neil Young le ha dado un ultimátum a Spotify, o él o el terraplanista de Joe Rogan. Resulta que esa sucia multinacional capitalista ha preferido ser un altavoz de la ultraderecha ayurvédica. James se dispone a emitir su furibunda opinión: va a cambiarse a Apple Music. Acto seguido se une al ritual del que decenas de miles como él participan, #cancelspotify. El batallón de mustios ejerce su condena de manera implacable, haciendo valer su condición de stakeholder, tal y como los gurús de ciertos foros económicos dictan. Un ojo del panóptico.

Sarah es una joven doctoranda en Trabajo Social. Su pertenencia al sindicato estudiantil de su facultad le hizo bregar menos de la cuenta con la burocracia española para disfrutar de su estancia en Copenhague. La vida extranjera no ha satisfecho de la mejor manera sus ansias cosmopolitas. El terraceo allí no se lleva demasiado y el acto de apiñarse en las escaleras de un Primark no tiene el calor febril de Gran Vía. En su nueva universidad no pudo encontrar un equivalente sindical, por lo que su cotidianidad exige duplicar el gasto de tiempo en la red. Tras su jornada de investigación en la cual lee autoras que hablan de la ética del cuidado comienza su segunda labor, la diplomacia. Hace poco llegó a sus oídos que el gobierno danés iba a eliminar todas las restricciones derivadas de la pandemia, presumiendo ser el primer país del mundo en volver a “la vida normal”. Esta vida normal no ha terminado de encajar bien en el “UCI state of mind” de Sarah. Por ello, ha tomado la decisión de informar al mundo sobre tal situación ofreciéndose a participar como invitada en el típico blog sobre curiosidades que encuentran los extranjeros en otros países. A sabiendas de que su actitud hacia su periplo europeo (Pantomima Full vibes) no puede exudar amargura, adopta una pose de neutralidad y profesionalidad, justificando su estancia ante el público bajo el estricto motivo de su formación académica, la cual exhibirá eventualmente, pues ella sabe lo que cotiza una denominación de tipo “international studies”. Pero esa formación incluye la del análisis social y por eso el siguiente paso de Sarah será acampar en una cuenta de TikTok, para hacer de su vida un Gran Hermano en el que protagonizará la épica desventura de una misionera de la salud pública amenazada por desvergonzados White Walkers (demasiado white, de hecho) negacionistas. Otro ojo del panóptico.

Diecinueve de febrero de dos mil veintiuno

Ya no recuerdo cómo he despertado, ni cuándo. Sí recuerdo que cuando he abierto los ojos ya tenía una estaca pequeña clavada en la frente, a la derecha y algo por encima del ojo. Con sus altibajos, no se ha ido en toda la mañana. 

Saco el tabaco (lo cultiva un amigo en Ciudad Real, lo seco y lo pico yo en casa), los papeles y filtros OCB biodegradables y empiezo a liarme un cigarrillo. Además de la estaca, llevo todo el día sintiendo algo barruntando. Pasea entre el estómago, el pecho, a veces sube un poco por la garganta, y vuelve a bajar al pecho, donde boicotea mi respiración. Cargo el cigarrillo y lo enciendo con una cerilla del bar de debajo de mi casa. Sí, siguen teniendo cerillas con el logo del bar. Abro espotifai y doy al play. 

Jack Johnson, Big Sur. El corazón da un pequeño brinco de frescura y primavera, y me permito una sonrisa. Pienso en Lunes, mi epagneul breton naranja, corriendo por el Encinar de las Rozas, triscando, como decía mi madre. Pienso en la vieja guitarra, los libros de pájaros, los de rocas, la navaja, la baraja de cartas. Siento un placer y una paz momentáneas. Suspiro la paz, con calma, me llevo el cigarrillo a los labios e inhalo. Inhalo hasta que siento estallar el pecho, retengo el aire todo lo que puedo, y exhalo despacio. Una persona normal de mi complexión tiene una capacidad pulmonar estándar de cuatro litros y medio. Yo, que soy hijo de padre, tengo una capacidad de buceador profesional, según el médico, y unos pulmones exageradamente grandes: aproximadamente seis litros. Sonrío mientras pienso en mi padre, y repito el proceso. 

Termina la canción y empieza July, versión de Noah Cyrus y Leon Bridges. Lo que antes ha sido una alegría momentánea se convierte en un encogimiento del estómago. No soy capaz de escoger la canción más triste del mundo, pero esta se sitúa en el podio. Su silbido al final  me encoge de nuevo el corazón, mientras sigo fumando, así que me levanto, voy a mi habitación, cojo el tarro de mermelada y el grinder y vuelvo al salón. Mientras me siento con todo el equipo termina la canción. 

Y empieza Tiranosaurius Rex, de KaseO. Joder, pienso. Momentazo. Con cuidado, a conciencia, como quien realiza una tarea delicadamente crucial, destapo el bote de mermelada, cojo hierba (la cultiva el novio de mi prima en Denia, y cada vez que voy a verle, una vez cada tres meses más o menos, me regala bolsas llenas, envasadas al vacío para evitar el olor, 60 eurazos aproximadamente), la introduzco en el grinder y comienzo a girar. Javier Ibarra me dice luz que no ves porque tú la irradias, y sonrío. 

Me encanta Javier Ibarra. He seguido su proceso vital y me enamora. No quiero hablaros hoy de Basureta, pero en el momento que la escuché estaba enterrado muy profundo, y sus frases me acosaban, me representaban, me apuñalaban con enormes dosis de realidad. Sus canciones desde el Círculo me hacen pensar que ha tenido una movida muy tocha en la cabeza, y la manera y el discurso con los que ha salido de ahí me maravillan. Te pierdes lo bueno buscando el error, dice al terminar la canción, y vuelvo a sonreír.

Y mientras termina la canción y empiezo a volcar la hierba sobre el papel, empieza Young, wild and free, y la sonrisa deriva en una carcajada sana, profunda y limpia. Parece que los astros se han alineado y no pienso desperdiciarlo, por lo que sigo con mi plan. Termino de fumarme el piti de liar y cojo la cajetilla, blanda siempre, de Habanos, Herencia para los milenials (aunque dudo que ningún milenial fume Habanos), saco un soldado, lo miro detenidamente mientras lo giro entre mis dedos, me lo llevo a los labios, lo enciendo, e inhalo el humo puro del tabaco negro. Luego cojo otro, lo rompo y le pongo un poco de alegría al canuto. 

Y mientras estoy chupando el papel, nervioso y emocionado, termina la canción y empieza Angel, de Jack Johnson. 

Mierda. Toda la alegría momentánea, la paz que empezaba a sentir, se desmorona como un castillo de naipes, y surge de nuevo un barrunto en el estómago, que hasta se permite saltar. Me echo hacia atrás y me derrumbo en el sofá, con el canuto sin encender en la mano. El barrunto recorre las entrañas, el pecho, e incluso se permite un amago de ansiedad y lloro. Ahí lo llevas, me digo. Lo estabas buscando y lo has encontrado. Respiro profundo, suelto despacio el aire, me llevo el canuto a los labios, dejo que la canción diga she gives me presents with her presence alone, she gives me everything I can wish for, she gives me kisses on the lips just for coming home, y entonces prendo el mechero, enciendo el canuto y repito la calada más profunda de la que soy capaz. Esta hierba está cojonuda, no os voy a engañar. Retengo el humo en los pulmones el máximo tiempo posible y exhalo. La canción dura dos minutos y dos segundos, y antes de que termine ya le he dado otras dos caladas. 

Entonces empieza Sing for you, the Tracy Chapman. Me incorporo en el sofá, mientras el barrunto tensiona mi pecho de nuevo, y exhalo. I remember there was a time, dice. 

En mi caso no quiero recordar nada. Mi infancia terminó y yo ni me enteré de que había transcurrido. La adolescencia fue una explosión de experiencias nuevas y maravillosas pero, antes de que terminara, comenzó la depresión. Si bien es cierto que con algo más de veinte años la adolescencia debería haber terminado hace tiempo, soy de la década de los noventa, por lo que mi adolescencia termina cuando a mí me sale de los cojones. Comenzaron los vómitos por la mañana, la tensión vital, la incapacidad de dormir, los temblores de manos, pecho y alma. El primer psiquiatra dijo que tenía que dejar de preocuparme y empezar a ocuparme. Seguí vomitando, siendo incapaz de parar mi cabeza, con pensamientos girando como un tornado. Tenía la sensación constante de que mi corazón iba más deprisa, que se me iba a salir del pecho. Buscando comprensión pedía a la gente que pusiera la mano en mi pecho para que viera cómo me sentía, pero nadie notaba nada. Todos decían que estaba bien. 

Entonces comenzó la incomprensión. No se puede comprender lo irracional, creo. Lo racional se puede  estudiar, leer, o meditar. Puedo pensar sobre algo racional que no he vivido y acercarme a la experiencia, generando así empatía. Pero lo irracional no se puede conocer, aprehender, asimilar, si no es mediante la experiencia. Esa es mi gran virtud, que le follen a la humildad, haber comprendido por mi propio sudor y mi propio vómito que no se debe juzgar a nadie. 

Me estoy acabando el canuto y empieza La deriva, versión en directo, de Vetusta Morla. Entonces ya estoy bien jodido. Cuarteles de invierno, junto con Basureta, son las canciones de la depresión, y La deriva es la salida. Cada frase golpea mi corazón como una maza. He tenido tiempo de desdoblarme y ver mi rostro en otras vidas, dice. En ese momento todas las sensaciones se agolpan en mi pecho, el barrunto se convierte en terremoto, y empiezo a llorar y a reír a la vez. He enterrado cuentos y calendarios. Mi pecho estalla, y soy capaz de cruzar carcajadas y gemidos como un verdadero loco. He escuchado el ritmo de los feriantes poniendo precio a mi agonía, familias de erizos en sus manos frías. No soy capaz de retener ningún pensamiento, ninguna sensación, sino que todas se entremezclan en mi consciencia y alientan todos los nervios de mi cuerpo. No hay esperanza en la deriva. Permito que esos nervios se deshagan y sigo riendo y llorando durante un rato, pues sé que eso acaba dejando un cuerpo tranquilo y en paz. La experiencia es la madre de la ciencia. Habrá que inventarse una salida, que el destino no nos tome las medidas. 

Entra en escena Xoel López, con Lodo, al rescate. Trato de decirle a mi consciencia que quizá, cuando mires atrás, hayas andado el camino ya. Pero saber que lo he andado ya, muchas veces, no calma las sensaciones. Una náusea repentina sacude mi estómago. Rápidamente cojo la papelera y vomito. Odio vomitar, lo aborrezco, pero con el tiempo he aprendido a amarlo del mismo modo, pues al alto grado de sufrimiento cuando tu cuerpo estalla lo sucede un alto grado de paz fisiológica. 

Así que es el momento, me digo. Antes de otra canción. Saco el revólver de mi abuelo del cajón de la mesa y una bala. Hago girar el tambor, lo abro, introduzco una bala y lo hago girar varias veces. 

Mientras trato de limpiar mi mente y dejarla en blanco, un pensamiento la atraviesa con fuerza. Y me encanta. Así que cojo un bolígrafo y, por si acaso se pone en mi contra el azar, me pongo en el brazo los siguientes dos nombres, uno encima de otro: Seymour Glass y Jerome David Salinger. 

Suena Maybe it´s time, de Bradley Cooper. Con la mente limpia y todo hecho introduzco el cañón en la boca y aprieto el gatillo. 

Mariano Quinito

Por el boulevard de los dueños rojos

Por el boulevard de los dueños rojos pasan a diario los terremotos. Y es que cada vez les cuesta más escaparse de su cárcel woke, pero mantienen sus delirios de alcohol y las Noches en vela. Si supieran reír… pero sólo lloran como chaveas. Y así, van dejando desconsolados a sus devotos.

Y es que la izquierda sesentera, setentera e incluso la de chaquetas de pana de los noventa tenía algo que todo conservador mirábamos con envidia: ese toque a cartel de Marlboro, mezcla de punk y campechano, que rezumaba libertad. Ahora en cartelera el único que fuma puros es Abascal, mientras PSOE y compañía se unen a la liga de consignas marcadas por multinacionales yanquis.

Yo viví mi juventud más tierna con el cambio de milenio. Era, no lo oculto, el típico niño facha: me gustaba el campo, fumar con mis amigos, escribir poesía y ser galán con las muchachas. Como buen extremista grababa en mis cintas de música canciones militares, alguna de Estirpe Imperial, no pocas de Mago de Oz y mucho Sabina. Porque sí, eran unos rojos, pero sus versos resonaban y hacían mella. No niego que me da euforia ver vídeos de los grises dando palos en manifas, pero es Ismael Serrano poniendo voz a su nostalgia de hijo el que me pone los pelos de punta. Rojo, sí, pero qué artista. Al más pleno estilo de la Royal Air Force conmemorando al Barón Rojo tras abatirlo o de Fidel declarando tres días de luto por el Generalísimo Franco, el fachilla patrio sabe desde hace años destilar lo bueno de cada brebaje, por encima de la mundanidad pasajera de en qué lado de la trinchera se encuentra la bodega.

La izquierda post 11-M se ha vuelto cada vez más hegemónica. El precio es caro. A fuerza de cerrar filas, vemos cómo la izquierda en la que cabían hippies, burgueses, putas y jesuitas va ahora con el culo apretado cagada de miedo de decir algo que ponga a sus militantes automáticamente al otro lado de la trinchera. Serrat tuvo la mala suerte de que su niñez jugara en las playas barbáricas de gentes taurinas. Y qué le va a hacer el pobre catalán, si nació en el Mediterráneo e iría a ver faenas con su abuelo. Dejen al buen señor que disfrute. Pero eso para la izquierda de hoy es inaceptable. Ya veremos mañana. Serrat tachado y fachado: olvidemos su alma profunda, ahora sólo es oscura.

Sintiéndolo mucho, el caso de Sabina es por derribo. Y es que a la izquierda le sobrarían los motivos para mear miel con tamaño artista. Pero se le niega todo bien deprisa. ¿Su pecado? Que el hombre es un enamorado de América y llora por ella. Y es que Joaquín, hay cosas que no deberías contar, y sin embargo… Imagino que te cansaste de espinas entre las rosas de esas tierras y decidiste dejar de negarlo todo. Lo siento Joaquín, pero el próximo 14 de abril ya sabes quién te lo ha robado. Es duro despertar tirado en una cuneta. Si te consuela de algo, los intolerantes ya te queríamos cuando aun tenías piso en el boulevard de los dueños rojos.  

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