Birras y Divagaciones

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Sangre a las hienas

No sé si habéis tenido alguna vez la experiencia de estar disfrutando tranquilamente de una puesta de sol o de una tarde de playa tomando algo con una persona querida. Calma, belleza por todos lados, silencio. Pura contemplación de la belleza. Y en medio de dicho locus amoenus aparecen infaliblemente las alimañas: gaviotas, cuervos, perrillos o lo que sean. La tentación es siempre la misma: les doy algo de comer, y así nos dejan en paz. Craso error. De primero de salir al campo. Nunca, jamás, en ninguna circunstancia. Las alimañas siempre vuelven. Las alimañas nunca quedan satisfechas.

Con bastante pena, leo en la prensa que las autoridades eclesiasticas han caído en el viejo truco de las alimañas. Primero les dieron dos difuntos, ahora le toca el turno a uno vivo. Ánimo con el posterior control de plagas. Porque las hienas nunca quedan satisfechas. La sangre llama a la sangre, y la de los inocentes clama al Cielo.

Me alegro por la Comunidad Benedictina de la Abadía de la Santa Cruz del Valle de los Caídos. Digo que me alegro porque, gracias a Dios, su nuevo prior -el padre Alfredo Maroto- es un benedictino intachable y de profunda vida interior. También porque lo mismo se puede decir del padre Cantera, y de todos los demás hermanos que forman ese trocito de cielo que es la Abadía.

La vida tiene destellos curiosos a veces. Casualmente pensando en esta Comunidad me venía a la mente aquellos de proverbios 18:19. La versión más famosa es la versión de s. Jerónimo “Frater qui adjuvatur a fratre quasi civitas firma et judicia quasi vectes urbium” (los hermanos que se ayudan son como una plaza fuerte y las sentencias como las cancelas de una ciudadela”). Y aquí viene lo bonito del asunto. La traducción de la Nova Vulgata y la mayoría de traducciones modernas enmiendan la plana al bueno de Jerónimo y la frase ha quedado así “Frater, qui offenditur, durior est civitate firma, et lites quasi vectes urbium”: el hermano ofendido es más duro que una plaza fuerte y los litigios contra él como las cancelas de una ciudadela. Dios sabe más y Él sabrá qué nos dice el Espíritu en estas dos versiones. A mí, ambas me parecen profundamente adecuadas para lo ocasión.

Estoy convencido de que, a pesar de parecer humanamente imposible, la injusticia amuralla más ese bastión de Paz que es el Valle de los Caídos. Pero quien a hierro mata, a hierro muere. Mucho me temo que los mismos que han alimentado hoy a las hienas, mañana llorarán cuando vayan a por ellos. Porque, y para ir cerrando me repito, si algo sabemos es que la sed de sangre de las alimañas nunca se sacia. Mejor evitarlas. Mejor cerrar las murallas.

 

Hemos traicionado a nuestros hijos

Cuando el otro día me paré a escuchar una conversación entre los muchachos de clase de mi hija, la mayor, encajé la última pieza de un rompecabezas que llevaba una buena temporada estancado en un rincón de mi mente. Me di cuenta de repente:

Le hemos jodido la vida a los críos.

Les hemos jodido la vida con los puñeteros teléfonos móviles, alimentándolos con un catálogo cultural corrompido por la ideología progresista, arrojándolos a un sistema educativo que es pura ponzoña.

Les hemos jodido la vida siendo unos irresponsables, unos vagos y unos malos padres.

Las primeras piezas me las encontré hace casi una década, cuando la mayor me cabía en una mano. Nació tan pequeña y frágil que la tuvimos quince días en una incubadora y sólo podíamos verla unas pocas horas por jornada. Ya en aquel entonces me llamó la atención ver a madres dando pecho a sus bebés con un ojo puesto en las redes sociales. Haciéndose fotografías junto al aparato que mantenía con vida a su hijo.

Pasó el tiempo. Fieles a un pacto tácito, mi mujer y yo no pisamos un restaurante con nuestra hija hasta que no fue capaz de sostenerse en una trona por si misma. Y, si la aún bebé arrancaba a llorar, uno de los dos se levantaba, salía y la calmaba antes de volver a la mesa. Nadie merece amargarse una comida por unos padres irresponsables. Pero entonces observé estupefacto como muchos padres simplemente sacaban una tableta, ponían a Pocoyó en los morros de la criatura (amenizando con sus andanzas de paso la velada de todos los demás) y a su vez enterraban la cara en sendos teléfonos. O comían en silencio, ignorándose los unos a los otros salvo por la casual cucharada a la boca del absorto infante.

Esa tendencia sólo vi volverse más y más común con el paso del tiempo. Niños comiendo con la tableta delante, jugando a videojuegos diseñados para enganchar a adultos mientras recibían con expresión vacía el alimento. Críos bajando por un tobogán con el teléfono en la mano y los ojos fijos a cuanto en él sucedía. Adolescentes sentados en un corrillo silencioso, deslizando el pulgar hacia arriba en un descenso infinito hacia el abismo del contenido insustancial.

Tiktok, bailecitos, desafíos y cáncer intelectual inyectado directamente en el cerebro de tus hijos vía chute de dopamina barata, ¿no es maravilloso?

Pues el camello de tu hijo eres tú.

En aquel entonces, yo era el raro. Mis hijas ni se acercaban al teléfono móvil, tenían muy limitado el acceso a la televisión y veían los dibujos conmigo. ¡La cantidad de ponzoña que intercepté antes de que pudiese sembrar su venenoso mensaje en sus tiernas mentes! Volveré a esto más adelante. Decía, era el raro. Éramos, me corrijo, porque mi mujer siempre estuvo en mi equipo.

Los demás padres solían criticar nuestro exceso de celo. A veces con sorna, otras con acusaciones poco veladas de elitismo. Pero siempre considerándonos poco ortodoxos en nuestro proceder. Madres susurrando escandalizadas sobre el inhumano trato brindado a mis hijas. Lo que yo llamaba disciplina era, para el mundo, prácticamente un maltrato. Familiares burlándose por la insistencia con que recalcábamos el “por favor” y “gracias” en las interacciones de las niñas. Profesoras de guardería sugiriendo que un rato de tableta era positivo para nuestras hijas, potenciaba… Algo. No sé qué. Nunca les hice caso.

Esas madres susurrantes, años después, bromeaban (entre broma y broma, la verdad asoma) con mi esposa si podían dejar a sus hijos en nuestra casa para que los educásemos.

Los padres hemos traicionado a nuestros hijos friéndoles el cerebro con tecnología diseñada para engancharnos a los adultos. Los hemos vuelto yonkis de la dopamina barata, de la satisfacción inmediata, del estímulo constante. Les hemos privado de la disciplina, el esfuerzo y la educación a cambios de una hora de silencio para dormir la siesta.

Les hemos jodido la vida con el puñetero teléfono móvil.

No es menos pernicioso el tipo de contenido cultural con el que los hemos adormilado. Recuerdo a mi hija, en este caso la pequeña, llorando desconsolada la muerte del rey Príamo cuando les leía la Eneida antes de irse a dormir. El anciano, sólo, espada en mano ante los troyanos invasores, honorable en ese combate perdido de antemano, le recordaba a su abuelo.

¿Cuántos niños de su generación recordarán los cuentos de sus padres en lugar de la ubicua pantalla del teléfono móvil?

Desde que eran pequeñas me sentaba con ellas cuando veían los dibujos. Les recomendaba series de mi infancia, buscaba incansable alejarme de las modas o de la parrilla de las televisiones abiertas. Con el tiempo, las dejaba elegir por su cuenta, pero siempre conmigo cerca.

¡Qué bien hice!

Me faltan dedos en las manos para enumerar la cantidad de veces que una serie fue prohibida en casa. Dibujos animados cuyo simpático aspecto exterior esconde pura propaganda bajo la superficie. No recuerdo que las Tortugas Ninja necesitasen explicarme qué demonios es un pansexual, pero por lo visto hoy en día es imprescindible para la educación de los niños. O utilizar el contenido infantil para promocionar la homosexualidad.

Y es que hay una diferencia enorme entre normalizar y promocionar. Y, en cualquier caso, el ocio de los niños no es el lugar adecuado para ninguna de las dos.

Pero si no estás encima, se lo cuelan. En un momento de la vida de los críos en que su cerebro es una esponja, cuando son incapaces de discernir normal de anormal, bien de mal, correcto de incorrecto, llega un contenido creado y diseñado por individuos que consideran necesario machacarlos con sexualidad. ¡A los críos! ¡A los puñeteros críos!

Les hemos jodido la vida alimentándolos con un catálogo cultural corrompido por la ideología progresista.

Y eso es lo que ves. Lo que puedes controlar. Porque luego tus críos pasan ocho horas al día en una fábrica de mediocres cuyo único cometido es producir engranajes para un sistema decadente y corrupto: el colegio.

Puedes llevarlos a un colegio público para que los funcionarios a sueldo de los enemigos de todo lo que es bueno y bello envenenen sus cerebros en desarrollo con ponzoña ideológica de la peor calaña. O puedes dejarte la mitad de tu sueldo para que profesores se vean obligados a seguir planes de estudio creados y diseñados por la misma gente que paga a los funcionarios.

El resultado siempre es el mismo: mesas de cinco críos para que trabajen en grupo, incapaces de desarrollar cualquier tipo de individualidad y a merced de los que escurran el bulto para vaguear al límite de sus capacidades, siempre con una tableta a mano y libros de texto creados por quienes quieren quemarlo todo para reinar sobre las cenizas. En el mejor de los casos, tu crío llevará un retraso educativo de dos años respecto a la generación anterior y nunca alcanzará el nivel de nuestros padres.

En el peor, será incapaz de entender el contenido de lo que lea. ¡Si lee!

Les hemos jodido la vida arrojándolos a un sistema educativo que es pura ponzoña.

Siempre me sorprendió el entusiasmo con el que los profesores hablaban de mis hijas en el colegio. Destacándolas como las mejores alumnas de clase, esforzadas, inteligentes, trabajadoras, siempre las primeras en todo. Me sorprendió y generó cierto recelo a partes iguales: Dios sabe que la herencia genética que han recibido no da para tanto.

Pero con el tiempo, viendo el rompecabezas ensamblarse, voy entendiendo todo.

Mis hijas no destacan porque sean especiales, no. Lo hacen porque hemos convertido a los críos de su edad en yonkis de la dopamina con los ojos fijos en una pantalla, adoctrinados por los medios de entretenimiento y educados para que sean analfabetos semifuncionales cuyo único cometido sea echar una papeleta en la urna cada cuatro años movidos por los más básicos instintos.

Mis hijas destacan porque sus amigos sin incapaces de expresarse en un tiempo que no sea el presente. No pueden conjugar, a duras penas utilizan alguna conjunción.

Destacan porque su generación responde a preguntas haciendo emoticonos con la cara porque no han desarrollado la capacidad de expresarse con palabras. Hacen onomatopeyas en lugar de describir algo. Gesticulan en lugar de explicar qué sucede.

Si el habla es lo que separa al hombre del animal, cada vez somos menos hombres. Cada vez más animales.

Son la generación TikTok, joder. Son incapaces de describir porque todo es audiovisual, incluso el aprendizaje en el colegio. No pueden expresarse con palabras porque todo lo que ven son gente poniendo caras raras en la puta pantalla de un puto teléfono móvil. Se comunican con menos de cien palabras. Su capacidad narrativa y de comprensión se reduce a arcos argumentales de menos de un minuto, el contenido que consumen como yonkis en redes sociales. ¡Redes sociales en niños de menos de diez años!

Y ni siquiera entro a hablar de la pornografía. Daría para otro artículo.

Sólo un estúpido creería que esto es casual. En China, TikTok sólo muestra contenido cultural y motivacional. En Europa, adormece a los chavales con bailes estúpidos y desafíos que acaban con críos tirándose de un cuarto piso.

Sólo en Europa tenemos un sistema educativo basado en tabletas, libros de texto cuyo contenido consiste en la destrucción de nuestra identidad cultural y mesas de trabajo de cinco alumnos.

Solo en Europa nos hemos arrojado en brazos del móvil a cambio de conformismo, dopamina y comodidad, destruyendo a nuestros hijos en el proceso.

Me produces escalofríos pensar cómo cojones afronta los palos de la vida un chaval que sólo sabe comunicarse con emoticonos, hacer bailecitos de imbécil delante de una pantalla y tiempo presente.

Pensar qué cestos tejeremos con estos mimbres.

Les hemos arruinado la vida a estos críos por vagos. Por perezosos. Por comodones. Por hedonistas.

Les hemos arruinado la vida porque somos unos padres de mierda.

Arganda

Una ignotera con cruz (algunos con el cerebro de un cactus dirán que gamada) colgando del cuello, sudadera con el logo de Terra Ignota y cigarrillo entre los dedos índice y corazón de su mano derecha.

La necesidad de historias

Carmen no perdió el aplomo, no tenía por costumbre hacerlo, y sin eliminar ni un instante de sus labios la sonrisa le dijo que lo más bonito de la literatura era que no servía para nada y eso, eso era maravilloso.

Peleles

Una tras otra, no hay una sola decisión tomada por Pedro Sánchez que haya sido en interés de España y de los españoles. Quien está al frente del Gobierno de la Nación tiene un único desvelo, su yo. Es un hombre singular, nunca ha dedicado un pensamiento al nosotros –el pueblo–, salvo cuando esa persona plural son quienes garantizan su posición. Ahora bien, para atender al único beneficio de su yo, el señor Sánchez es siervo de quienes le hagan señor de los demás. No se le conoce honra ni honor, sólo perfidia.

La granujería, como el timador, sólo experimenta la audacia cuando detecta debilidad en su víctima. Gente ociosa y bribona –una leída y otra analfabeta coleccionista de títulos académicos– ha creado la idea de que España no sabe quién es ni si existe. Así estamos desde el desastre de 1898, que se nos ha cronificado hasta alcanzar el siglo XXI. Salvo unas décadas por aquí y alguna otra por allá, son ya más de 120 años de españolísimo cultivo de animadversión a la españolidad.

De aquí viene que para gobernar la España del 78 haya que ser un doble pelele. A nivel interno, un monigote federalista; a nivel externo, un títere de los intereses de terceras potencias y hasta de corporaciones privadas.

Fronteras

El ordenamiento español está diseñado para disolver España. Esta es la razón por la que el foro público sólo debate de fronteras para adentro. Lo que debería ser mero orden público mediante la observación de la Ley es desestabilización nacional a causa de su cumplimiento. El señor Sánchez está sometido en lo nacional a los golpistas, terroristas y separatistas, de quienes ha hecho sus únicos aliados posibles. Así se puso a sí mismo a la vanguardia del bloque federalista, que trabaja en conjunción con las ambiciones personales de todos los caciques regionales del 78. De todos.

El pérfido de la Moncloa –el actual y cualquiera que le siga con este ordenamiento– no sólo es un pelele en manos de los enemigos interiores. También es una marioneta de fronteras hacia fuera. El señor Sánchez ha ejecutado en el concierto de las naciones un crecimiento exponencial de la irrelevancia de España. Han hecho de ella una títere internacional. Aunque en esto está acompañada de no pocas naciones occidentales con más ínfulas que capacidad de acción geopolítica. En los últimos años hemos asistido a la privatización de los intereses nacionales. Esto es, a la subordinación de las naciones –libertades y derechos– a la conveniencia de las mayores compañías mercantiles de la Historia.

Los Estados occidentales se han desentendido de sus intereses nacionales en favor de los de las firmas que han puesto el dinero –y los trapos sucios– para aupar a sus cargos –y controlar–a sus gobernantes [carcajadas BRICS aquí]. El Islam se va a comer a Europa mientras sus traidores quieren que su vileza sea adulada como bonhomía. El colapso de Occidente es el de sus valores. Su única esperanza de salvación es la reacción de sus Naciones contra sus Estados moribundos.

28 de julio de 2024

Uropa

El Parlamento Europeo es una cámara legislativa que no tiene iniciativa legislativa. Los casi 450 millones de ciudadanos de los Estados miembros de la Unión Europea votan unas listas con las que los partidos de cada país designa a los ocupantes de sus 720 escaños –antes 705–. ¿Cuál es la función de una asamblea legislativa sin potestad legislativa? Crea la ficción de que son los ciudadanos quienes toman las decisiones sobre su propio ordenamiento. 

Hay medios de comunicación que no son capaces de dar ni el número correcto de eurodiputados que van a ser elegidos y dan cifras distintas a las apuntadas arriba, imagínese qué contarán sobre las funciones y las acciones del laberinto de instituciones de la UE. La maraña es tal que la edición oficial de la «Guía práctica del procedimiento legislativo ordinario» de la UE tiene un total de 84 páginas. Y aun así, su red legislativa atrapa a los ciudadanos con una media de más de dos mil nuevos reglamentos, directivas y decisiones ¡cada año!

El Minotauro que hay en el interior del laberinto que es la UE devora diariamente con feroces dentelladas a cada uno de sus cientos de millones de ciudadanos perdidos en sus pasadizos, acorralados en sus ratoneras y embaucados por sus asechanzas.

Es un monstruo insaciable. Su apetito se nutre de lo que le sustenta. Alimentarlo es cebar su voracidad. Zeus ya no rapta a Europa, es el Minotauro de la UE el que de ordinario la viola lujurioso por orden legislativa. No ha escapado de su encierro. La UE toda es su laberinto y territorio, los dominios de la bestia.

Una vez dentro, sus corredores y recodos dan en estancias en las que los Gobiernos reciben hoy una lluvia de millones  a cambio de convertir a sus gobernados y a sus hijos, a sus nietos y hasta a los aún por nacer en siervos del endriago. La esclavitud ha vuelto vestida de resiliencia, clima, peste y censura. Hubo un tiempo en el que los gobiernos gobernaban. O al menos tenían el pudor de fingirlo. Ahora presumen de beber cerveza en las terrazas o de irse a comprar discos en horario laboral. Porque también ellos son gobernados por la hiena a la que, catetamente, llaman Europa. Uropa, para los que saben de qué va esto. 

La acción política del presente occidental es un teatro de marionetas dentro de otro de cuyos hilos tiran otros más que, a su vez, están manejados por otros… Son las matriuscas titiriteras a orillas atlánticas, lejos de las bálticas en las que muere el Neva del que bebe la otra San Pedro, la del norte. Son tantos los hilos hilados, que no tienen más destino que el enredo. El titiritado sólo puede acabar temblando ante las decisiones de a los que nada importa el peaje que pagan los muñecos de su teatro. Cegados de ambición y enloquecidos por la codicia de sus corrupciones, los gobiernos sonríen mientras venden a sus hijos y a sus padres. Como el príncipe danés traicionado hasta la orfandad por su tío, éstos saben –play-within-the-play– que «alguien puede sonreír y sonreír y ser un villano».

La mano en el fuego

Considero innecesario poner a nadie en antecedentes sobre la nueva polémica artificial creada por los terminales mediáticos de los poderes que mueven el mundo desde las sombras. Un hombre bueno hizo justicia ante los excesos de un depravado. Quien desee más información, que vaya a tuiter.

Sin embargo, a raíz de estos acontecimientos mucha gente se ha dado de bruces con una realidad innegable. Es algo intrínseco al ser humano desde que un mono se bajó del árbol y le metió una pedrada a otro, aun cuando la ingeniería social se muestre testaruda en su intento por ocultarlo: la paz se sostiene mediante la violencia.

O como dijo algún tipo en toga y mejor gladius a mano: si quieres la paz, prepárate para la guerra.

 El adecuado uso de la violencia, en tiempo y forma correspondiente, es el motor principal de una sociedad pacífica. Por el sencillo motivo de que ejerce de consecuencia lógica ante el exceso.

Quien haya tenido críos lo sabe, puesto que el comportamiento del niño es la forma más pura de la naturaleza humana. Tanto para lo bueno como para lo malo. Inmaculados aún de las razonamientos abstractos en los cuales ha podido permear ya la ponzoña de ideólogos y falsos intelectuales, la mente del niño actúa acorde a nuestros instintos. Y, ¿qué hacen ellos? ¿Cómo se comportan?

El niño tensa la cuerda, busca límites. Si no los encuentra, sigue tirando, sigue buscando. Acerca la mano al fuego, intenta meter los dedos en el enchufe. Le tira del pelo a la niña que le gusta, pega un manotazo al que le quita el balón. Mientras no encuentre una consecuencia a sus actos, seguirá comportándose por instinto. Así surge esa tendencia moderna de los hijos tiranos: críos sin límites, incapaces de comprender el concepto de acción-reacción. Sin acción-reacción, no existe la responsabilidad.

Y sin responsabilidad, nada diferencia al hombre del niño.

Como decía en puntos anteriores, el uso de la violencia constituye una reacción. Y por tanto, determina la capacidad de acción en tanto quien actúa desea, por propio instinto de conservación, evitar sufrir violencia en sus carnes.

El niño que aparta la mano del fuego porque su madre le ha dado un pescozón no lo ha hecho porque haya comprendido el intrínseco peligro de las llamas y sus perniciosos efectos sobre la piel. Lo ha hecho porque el uso expeditivo de la violencia (si nos paramos a hacer un análisis sesudo, el acción del crío no amerita castigo físico en sentido estricto) ante sus actos.

Elevado a la vida en sociedad, este uso expeditivo de la violencia es imprescindible. Aunque sea denostado y criticado. O, precisamente porque lo es. A fin de cuentas, siguiendo el ejemplo anterior, el crío no deseaba recibir el correctivo en el momento de la maternal lección por más que en los años posteriores sabrá agradecerlo. El hombre adulto, así, entiende que el ejercicio de la violencia es un mal necesario para mantener los engranajes de la sociedad funcionando.

Pero… ¡Ay de nosotros! ¿Dónde están los hombres adultos en nuestra sociedad? Diezmados, aislados, una especie en extinción en un mundo de adolescentes perpetuos donde la responsabilidad es una quimera, una ensoñación. El hombre, seducido por las comodidades de la vida en sociedad, renunció a su derecho de ejercer la violencia. Lo cedió, delegándolo en un ente etéreo, incorpóreo. El Estado. El Gobierno. La Policía…

Olvidó el hombre, por desgracia, que la única paz posible es la que defiendes arma en mano. Que la cortesía, el saber hacer y la educación se marchitan hasta morir en una sociedad sin consecuencias. Que, como dijo Al Capone, que se consigue más con una palabra amable y una pistola que sólo con una palabra amable. Que no hay modales más exquisitos que los de un hombre conocedor de las consecuencias de su descortesía.

Vienen tiempos difíciles.

Será necesario recuperar la violencia como elemento lectivo.

Evitemos que los niños metan la mano en el fuego.

Honra

Convertida España en cortijo de felones y palacio de la perfidia, el duque de la Torre y el general Prim –junto a otros prohombres– han informado de que «la ciudad de Cádiz, puesta en armas, declara solemnemente que niega su obediencia al gobierno de Madrid, segura de que es leal intérprete de todos los ciudadanos que en el dilatado ejercicio de la paciencia no hayan perdido el sentimiento de la dignidad, resuelta á no deponer las armas hasta que la Nación recobre su soberanía, manifieste su voluntad y ésta se cumpla. ¿Habrá algún español tan ajeno á las desventuras de su país que nos pregunte las causas de tan grave acontecimiento?

»Si hiciéramos un examen prolijo de nuestros agravios, más difícil seria justificar á los ojos del mundo y de la historia la mansedumbre con que los hemos sufrido que la extrema resolución con que procuramos evitarlos. Que cada uno repase su memoria y todos acudiréis á las armas.»

Hollada la ley fundamental, convertida siempre antes en celada que en defensa del ciudadano; corrompido el sufragio por la amenaza y el soborno; dependiente la seguridad individual, no del derecho propio, sino de la irresponsable voluntad de cualquiera de las autoridades; muerto el municipio; pasto la Administración y la Hacienda de la inmoralidad y del agio; tiranizada la enseñanza; muda la prensa y solo interrumpido el universal silencio por las frecuentes noticias de las nuevas fortunas improvisadas, del nuevo negocio, de la nueva real orden encaminada á defraudar el Tesoro público; de títulos de Castilla vilmente prodigados; del alto precio, en fin, á que logran su venta la deshonra y el vicio. Tal es la España de hoy. Españoles, ¿quién la aborrece tanto, que se atreva á exclamar: «¡Así ha de ser siempre!» No: no será. Ya basta de escándalos.»Desde estas murallas, siempre fieles á nuestra libertad é independencia; depuesto todo interés de partido, atentos solo al bien general, os llamamos á todos á que seáis partícipes de la gloria de realizarlo. No tratamos de deslindar los campos políticos. Nuestra empresa es más alta y más sencilla. Peleamos por la existencia y el decoro.

»Queremos que una legalidad común por todos creada, tenga implícito y constante el respeto de todos. Queremos que el encargado de observar la Constitución no sea su enemigo irreconciliable. Queremos que un Gobierno provisional que represente todas las fuerzas vivas del país asegure el orden, en tanto que el sufragio universal echa los cimientos de nuestra regeneración social y política.

»Rechazamos el nombre que ya nos dan nuestros enemigos: rebeldes son, cualquiera que sea el puesto en que se encuentren, los constantes violadores de todas las leyes; y fieles servidores de su pátria los que, á despecho de todo linaje de inconvenientes, le devuelven su respeto perdido.

»Españoles: Acudid todos á las armas, único medio de economizar la efusión de sangre. Sed, como siempre, valientes y generosos. Acudid á las armas, no con el impulso del encono, siempre funesto; no con la furia de la ira, siempre débil; sino con la solemne y poderosa serenidad con que la Justicia empuña su espada. ¡Viva España con honra!»

Cádiz, a 19 de septiembre de 1868

No necesitas a nadie

No necesitas a nadie, sola te bastas. Olvídate del hombre. El hombre te mata y te falta. La promiscuidad te hará libre.

La calma de los gentiles

Vengo dándome cuenta, de un tiempo a esta parte, de un problema grave de nuestro tiempo. No ha sido una epifanía, sino un descubrimiento paulatino, lento, contrastado con pequeños ejemplos diarios.

La gente ha perdido la capacidad de ver venir el peligro. De prevenir. De calcular riesgos.

No soy un hombre inteligente. También me falta la experiencia necesaria para la sabiduría. Por tanto, me muevo por la vida de puro instinto, como el perro de caza que endereza lomo y cola cuando ve un pájaro sin saber por qué. Simplemente lo hace. Porque es lo que toca. Lo que le manda la sangre.

No recuerdo la última vez que me senté de espalda a una puerta. Camino con el teléfono en el bolsillo, los cascos en su funda y los ojos en continuo movimiento. Pienso en cómo salir de los sitios prácticamente antes de entrar. Compruebo las cancelas antes de ir a dormir, tengo un hacha de mano en la mesita de noche y un garrote en la guantera del coche. Me despierto si mis perros se mueven, no concilio el sueño hasta sentirlos tranquilos.

No soy un paranoico. No vivo con miedo. Sólo hago las cosas como sé hacerlas, como me pide el cuerpo. Como manda la sangre.

Compruebo fascinado cómo la gente va por la calle con la mirada fija en el teléfono móvil. Cómo se meten en antros plagados de delincuentes sin dudar. Cómo entran en barrios chungos porque el garito de moda está allí. Cómo manosean el ordenador de a bordo de sus carísimos coches eléctricos mientras conducen.

Y me doy cuenta de que no son conscientes del peligro.

Es una cuestión de responsabilidad, me temo. De madurez. De alargar la adolescencia hasta los sesenta años. Ignorar el proceso natural de la vida de hacerse cargo de las consecuencias de los propios actos según vas adquiriendo uso de razón.

Porque ahí reside la raíz de la cuestión: sólo un insensato ignora el peligro.

El peligro es una cosa curiosa, además. Porque no siempre es algo obvio. La mayoría sabe reconocer el peligro en un hombre de pupilas enormes empuñando un machete. En un perro de lomo erizado y hocico espumoso desgañitándose a ladridos. En el fuego. En el mar. La oscuridad.

Lo que la inmensa mayoría desconoce (quizá sería más adecuado decir que ha olvidado) es dónde reside el verdadero peligro.

El verdadero peligro reside en el hombre gentil.

Nada más peligroso que el hombre educado, respetuoso, honrado y amable, de manos curtidas y hombros anchos. Aquel con esposa a la que amar, hijos a los que proteger y Dios al que temer.

Esta sociedad infantilizada, irresponsable, atomizada y sin raíces parece haber olvidado que esos hombres fueron los que la construyeron. Y que esos hombres tuvieron hijos con sus mismos valores, respetos, honra y pasiones. Hijos que aman suficiente la paz como para transigir ofensas, aceptar empujones y soportar insultos con una sonrisa incómoda.

Pero hombres capaces de encabezar la más justa de las guerras cuando se los oprime. Cuando los tiranos tensan la cuerda, entre carcajadas y chanzas confiadas, hasta romperla. Cuando sus secuaces abofetean una última vez la mejilla enrojecida de tanto exponerla al golpe.

Cuando los estúpidos confunden al hombre pacífico con el indefenso.

Decía Patrick Rothfuss que todo hombre sabio teme tres cosas: la tormenta en el mar, la noche sin luna y la ira de un hombre amable.

¿Cuán irresponsable debe ser alguien para seguir buscando exaltar la ira de los gentiles?

Quien pueda entender esto, que lo entienda.

III Capea Popular Terra Ignota

Posiblemente ya hayas visto que el sábado 13 de septiembre tendrá lugar la III Capea Popular Ignota.

Desde Terra Ignota pondremos cervezas y bebidas variadas, 2 macropaellas, algo de aperitivos y copa para todos.

Cada participante, familia o grupo puede traer cosas para compartir con todos: viandas de la propia tierra, aperitivos, comida para la barbacoa (habrá fuegos a disposición de todos), pan para un regimiento, postres o lo que permita la imaginación, las posibilidades y la situación.

Nos vemos pronto,
Los Ignotos

No nos gustan las galletas... pero nos obligan a usarlas

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