Birras y Divagaciones

Cerrar

Política

Fuentes: la derecha nacionalista e identitaria en la Metrópoli

Nick Fuentes
“Buenas tardes a todos, estáis viendo América First. Me llamo Nicholas J Fuentes, tenemos por delante un gran programa…”

Así comienza Fuentes su programa diario en directo y así lo lleva haciendo casi una década. Nick Fuentes, para los despistados que aún queden por ahí, es un chico de 27 años, originario de Chicago y con ascendencia irlandesa, italiana y, sobre todo, mejicana -de ahí su apellido-. Él se considera políticamente a sí mismo como “Far-Right” (extrema derecha) y la piedra angular de su discurso es “América First” (América Primero) idea sacada del discurso inaugural de Trump en 2017. Pero eso ha importado relativamente poco siempre, porque de él se ha dicho y se sigue diciendo que está loco, es nazi, sexista, xenófobo, mala persona y todas las lindezas que uno puede encontrar en el ya famoso discurso de los deplorables de Hillary Clinton.

En esta reflexión lo que pretendo es acercar al lector honesto la figura de Nick Fuentes y lo que creo que empieza a despertar en Estados Unidos. Y también quiero profundizar sobre por qué eso nos debe interesar a nosotros, españoles, si bien es cierto que no se puede transponer todo de forma exacta aquí.

Con Fuentes ocurre algo bastante interesante. Existen varias barreras que hacen que el grueso de la población no sepa o no entienda quién es. Lo normal para el sujeto-no-ultra-politizado es no tener ni idea de su existencia. Esa es la primera barrera: la de vivir al margen de las cosas que se cuecen en el gran teatro de la política de la metrópoli. Porque a fin de cuentas eso es lo que es para nosotros Estados Unidos. La segunda barrera es generacional. Es imposible entender la figura de Fuentes si los esquemas mentales que habitan en la cabeza han sido construidos con las referencias estándar: Hollywood, los medios de comunicación de masas, las grandes editoriales o los programas de las carreras de cualquier universidad. Para prueba, la divertidísima escena de estos días donde la periodista Megyn Kelly sale indignada enseñando a Ben Shapiro un clip de Fuentes jugando al GTA; o la más patria e hilarante escena de la gustavobuenista Sharon leyendo tuits de los hespéricos.

Para el zoomer, que pertenece a una generación que ha nacido en internet, es todo lo contrario: Fuentes es un par. En USA no sólo le conocen, es que es uno de ellos. Un chico, una generación, cuya mayoría de edad coincidió con la primera victoria de Trump en 2016, que, recordemos, fue un punto de inflexión en el dominio de lo woke. Ese primer mandato de Trump dio el pistoletazo de salida a la irrupción de la Alt-Right (derecha alternativa) en USA y en su colonia del otro lado del Atlántico que, desde entonces y salvo en España, ha ido sustituyendo a la derecha reaganiana.

Pero el 45º presidente de Estados Unidos no cumplió lo prometido y no alcanzó a hacer realidad el lema de su toma de posesión: “América Primero”. O al menos eso es lo que Fuentes y sus groypers consideran. Hay que entender que a 2017 se llegaba tras un imperio absoluto de lo progre en todo su esplendor, y la experiencia vital de esa generación era la crisis en lo económico y lo woke en lo social. Y ya. Trump, que había hecho gala de ser tan millonario que no dependía de los lobbies y grupos de presión del sistema, que quería romper la hegemonía no sólo de la izquierda, sino también de la tradición neocon republicana, que era políticamente incorrecto en cada cosa que decía… echó abajo de una patada la puerta del sistema bipartidista americano y se posicionó como un verdadero rayo de esperanza en el devenir político del imperio más poderoso que ha existido en la historia de la humanidad, para todos aquellos que habían visto decrecer su nivel de vida (y criminalizar su manera de vivirla).

Esto último es, creo, lo más importante. Bajo el lema “Make America Great Again” se intuían, por pura lógica, ciertas premisas que no se pueden nombrar so pena de ser sentenciado con alguna palabra policía. Y no sólo por la izquierda, por cierto. Si América había sido grande alguna vez y se quería recuperar esa receta para devolverle su esplendor, en todo caso lo fue cuando era mayoritariamente cristiana y… blanca. Las políticas identitarias en la derecha tomaban así protagonismo, aunque veladamente en cierto modo. En el mundo en el que la muerte de George Floyd provocaba un terremoto político sin precedentes -y hasta murales en Extremadura- por su condición de hombre negro oprimido por la policía blanca, en el mundo en el que la carta de la identidad sólo podía ser utilizada por la izquierda, de pronto parecía surgir en la derecha una opción ganadora, sin complejos y, sobre todo, sin las ataduras morales por la eterna amenaza de comparación con el nazismo, que la llevan atenazando 80 años.

La izquierda (y, por cierto, también la derecha nevertrumper, como el propio JD Vance) se revolvió contra esto elevando al imaginario colectivo la ya famosa frase de “Trump es literalmente Hitler”. Pero a Trump no le importó y (seguramente por eso) ganó. Sus votantes y seguidores llevaron desde entonces como bandera el no inmutarse frente a las palabras policía que siempre había usado con ellos la izquierda (y gran parte de la derecha) para amañar el partido. Esto en España nos suena. En temas de importancia capital como la inmigración, la viogen y tantos otros, la alt-right patria heredera de ese espíritu trumpista, ha tratado de romper ese tabú en el plano político (amén de que otros actores no hegemónicos también lo haya intentado). Pero de momento no quiero establecer más paralelismos con nuestro país.

Volviendo a Fuentes y los groypers, así afrontaban la nueva etapa que se abría con la victoria de Trump en 2016. Pero, como digo, tras 4 años en el poder, se vieron decepcionados (aunque de alguna manera comprensivos). EL COVID en el 20 puso el mundo patas arriba y la “victoria” de Biden a continuación convenció a los pocos que faltaban por convencer de que hacía más falta que nunca un golpe en la mesa para volver a, efectivamente, hacer América grande otra vez: Trump debía volver a presentarse. Todos los ataques que había recibido se tomaban como propios y era imperativo que esa América de verdad volviera y volviera contundentemente. Las ganas de ver “mamar” a la izquierda rival eran demasiado grandes y pagarían por haber querido eliminar, incluso literalmente, a la única esperanza política de la derecha alumbrada en el siglo XXI. Aunque no todos estaban por la labor. Había alguno que pensaba que la segunda venida de Trump no era más que un teatro. Que las políticas que hacía falta implementar en USA nunca las aplicará Trump. Era el caso de Fuentes.

En todo este tiempo, Nick Fuentes había pasado en 2016 de ser un republicano normie emocionado con la figura del nuevo presidente, a ser el principal representante de esa derecha a la que Trump había decepcionado por no cumplir con lo prometido. Pero sobre todo, había pasado de ser un joven brillantemente prometedor en la órbita del Partido Republicano a su principal némesis. Todo por obra y gracia de Ben Shapiro, analista y comentarista político judío con un gran poder dentro del GOP. Éste había sido advertido por los ojeadores que su organización tiene en las universidades americanas de la existencia del joven talento, pero rápidamente quiso eliminarlo de la ecuación cuando Nick preguntó en público por qué cierto sector del partido republicano nunca hacía la más mínima crítica a Israel.

En su viaje del héroe particular, tras haber caído en los infiernos de las etiquetas y sus consecuencias (prohibición de volar, cuentas bancarias congeladas, baneo de todas las plataformas sociales y de pagos, etc.) ahora Nick, que ya puede emitir en una plataforma conocida (Rumble), se alza victorioso y reivindicado porque cada vez es más oído (muchos de sus vídeos tiene millones de visitas), cada vez tiene más seguidores (se calcula que entre el 30%-40% de empleados jóvenes de la Casa Blanca son groypers), y cada vez es más influyente. Los creadores de contenido político americano saben que llevar a Fuentes hoy da números y nadie quiere perder su trozo del pastel. Pero lo que es asombroso desde fuera es que tras el varapalo a los republicanos en las elecciones del pasado 4 de noviembre, donde el titular se lo llevó Zohran Mamdani (demócrata socialista inmigrante musulmán y antiblanco) ganando la alcaldía de Nueva York, en el GOP están hablando de la entrevista que hizo Tucker Carlson a Nick Fuentes la semana anterior, echando la culpa de la paliza recibidade a ese hecho. La Fundación Heritage, principal think tank conservador en USA, no está echando carbón a su máquina de pensadores para analizar esta derrota electoral previa a las mid-term, sino que está envuelto en una polémica sobre, quién si no, Fuentes. Su presidente, Kevin Roberts, tras salir en defensa de Tucker reivindicando la libertad de expresión y la no filiación de los conservadores a la cultura de la cancelación, fue llamado al orden por los donantes de la fundación, y reculó días más tarde en un bochornoso vídeo.

El descontento del voto joven con el partido republicano es notorio. Les pusieron la miel en los labios con Trump, pero se están encontrando con que las únicas cosas en las que su partido está cumpliendo son las viejas políticas de los neocon y el lobby judío: bajada de impuestos a las grandes corporaciones, guerra contra Irán, movilización militar en Venezuela, bombardeos en Yemen y Somalia… El cierre de la frontera se ha conseguido, pero es insuficiente; durante el mandato de Biden, entraron alrededor de 10 millones de inmigrantes en el país y se estima que ahora mismo hay más de 50. Para que se cumplieran las promesas electorales, tendrían que estar forzando unos 2,5 millones de deportaciones anuales. Los números reales están muy por debajo. Por otra parte, la inflación no termina de reducirse, los precios de todo cada vez son más caros. El mercado laboral está congelado, el problema de la vivienda es acuciante en las grandes ciudades. DOGE prometía también mucho pero no recondujo el déficit. Lo que sí trajo fue al equipo de Palantir de Thiel, que se colocó en toda la administración. Tecnología que sí está sirviendo para analizar las redes sociales de aquellos inmigrantes que solicitan sus visas para trabajar o estudiar en USA, pero con el propósito de denegarlas si se encuentra contenido crítico con los judíos o con Israel. Como guinda del pastel, se aprobó una ley para supeditar la ayuda federal en casos de emergencia por desastres naturales a que la localidad en cuestión afectada por la emergencia no haya hecho declaraciones institucionales contrarias a Israel.

Así las cosas, es normal que gane las elecciones un partido que hable de los problemas que no están siendo resueltos por el gobierno federal y prometa arreglarlos. Aunque la fórmula que pretenda aplicar para ello sepamos que no funcione. Pero eso no se está explicando en el lado republicano, sólo se alude a un único problema a combatir: el antisemitismo.

Durante el debate televisado entre los candidatos a la alcaldía de Nueva York, la ciudad con más población judía del mundo, se preguntó a cada político cuál sería el primer país que visitarían en caso de ser elegidos. Todos fueron contestando sus preferencias personales, la mayoría mentando a Tierra Santa o Israel. Cuando llegó el turno de Mamdani, respondió sin ningún tipo de complejo que él se quedaría en Nueva York porque se debe a sus votantes, que no se iría a ningún otro sitio. Esto, que parece una respuesta obvia a nuestros ojos, supuso un pequeño terremoto al ser interpretado como una respuesta antisemita por no haber respondido Israel. Melissa Russo, la periodista que realizaba las preguntas, presionó más al candidato demócrata preguntándole explícitamente por este país y su derecho a existir. Mamdami, que está lejos de ser antisemita, respondió sin más polémicas sobre el estado de Israel, pero volvió a recalcar que él sería en todo caso alcalde de los judíos que viven en Nueva York, siendo ellos su prioridad.

Hay muchos más factores que explican la victoria de Zohran, pero esto no se puede obviar: es un candidato que ha hablado sobre los problemas que preocupan a los neoyorquinos. Sí, con medidas delirantes como la implementación de impuestos especiales a los barrios de gente blanca, pero con una melodía que a los votantes de allí les ha sonado bien. Y se los ha llevado de calle. Y en vez de tomar nota y plantear cortafuegos de cara a las mid-term o incluso a 2028, el partido republicano está echando la culpa de todo al hombre de paja en que han convertido a Fuentes y, por extensión, a Tucker Carlson.

Fuentes está acostumbrado a que lo llamen nazi para eliminarlo del panorama político. Pero ya no funciona tan bien esa estrategia. Llamar nazi a Fuentes de algún modo es llamar nazi a los millones de seguidores que están de acuerdo con las cosas que transmite en sus directos. Y si en Estados Unidos existen millones de nazis, realmente el resto tiene un serio problema. Pero el líder de los groypers está cansado ya de decir que no es nazi, que él es católico, que no odia a nadie. Que es de enfado fácil y que se considera a sí mismo un tío raro, gruñón y sarcástico, pero nada más (bueno, y que su peli favorita es La la land). Y eso es lo que no se termina de entender de él: es un chaval nacido en internet, cuya pubertad ha transcurrido en las salas de espera del Call of Duty, donde se decían las burradas más grandes que en público ya no se podían decir. Es hijo de una época donde se ha roto el tabú, donde que a uno le llamen algo no paraliza, sino que es una medalla que exhibir con orgullo.

Concretamente, la palabra policía “nazi” -que normalmente desarma a cualquiera, poniéndole automáticamente a la defensiva, obligando al acusado a dejar de exponer sus ideas- es la preferida por los groypers por las reacciones que provoca en los “policías de la moral”. Pero no adoptarla en tanto que ideología, sino, y esto es lo importante, en tanto provocación. Porque esta gente no se adscribe al nacional socialismo alemán de los años 30 del pasado siglo. Eso les da tan igual como Alejandro Magno o William McKinley: es algo del pasado cuyo único atractivo -aparte del estético de los uniformes- es la inmensa ira y ansiedad que desata. Y cualquiera que haya jugado a juegos multijugador en internet sabe que trolear así y provocar esos sentimientos en el contrario, es lo que más gusto da.

Todos estos detalles ayudan a hacernos una idea general del panorama. Se han obviado muchos otros de la biografía de Fuentes para no hacer interminable esta reflexión. Pero, a fin de cuentas, los detalles acabarán por olvidarse. Las ideas que sí trascienden las circunstancias particulares son, sin embargo, muy interesantes.

En primer lugar, lo que trasciende de Nick Fuentes y de los groypers es la inmutabilidad frente a los intentos de cancelación. Fuentes ya ha sido cancelado e incluso intentado asesinar. Y a todo ello ha sobrevivido victorioso. Ahora es más fuerte que nunca. Pero hay una diferencia con el desaparecido Charlie Kirk, quien por otra parte también fue acusado de nazi (pero por la izquierda). Izquierda que, según el relato oficial, es quien en último término alojó una bala en su cuello en un asesinato despiadado delante de miles de personas. La diferencia es que el trabajo/cruzada de Kirk consistía en debatir con la izquierda. Pero nunca quiso hacerlo con Fuentes. A Fuentes no le canceló Biden o Kamala o Ilham Omar. Le canceló, y con apenas 18 años, Ben Shapiro, pope de la republicanos y baluarte (tardío) de la derecha alternativa.

Es la derecha sistémica la que no quiere a Fuentes en el tablero de juego. La misma derecha que usa contra la izquierda el argumento de defender la libertad de expresión y luchar contra la cultura de la cancelación. Es la derecha la que no quiere ni oír hablar de nada que relacione identidad con raza blanca. Son los conservadores los que no van a tolerar que nadie critique la política exterior de USA cuando presta servicios a Israel. Sí, esta es la derecha “alternativa” que ha traído al sistema la “revolución Trump”. Una derecha que no pone a los americanos primero y que no ve ningún problema en reemplazar la población original de Estados Unidos.

Y aquí viene lo importante para nosotros, que asistimos a todo esto como espectadores embutacados en la platea del teatro de la política mundial. Como colonia useña, en Europa también tenemos esa derecha alternativa que, cuando actúa a la contra, usa la espada de la libertad de expresión, pero no duda en echar mano de su denostada cancelación si alguien de su lado decide hacerse ciertas preguntas. Aquí, sin embargo, no es tan fácil transponer el problema de USA con los lobbies pro-Israel. Nosotros no tenemos política exterior y cuando acaso hay algún conato de tenerla, es precisamente hacia el otro lado, aunque suene a teatro (fue el PSOE quien reconoció en España al Estado de Israel en el 86).

Nosotros no tenemos un AIPAC que monitorice a todos los diputados. En general, los partidos aquí están más centrados en los guiñoles internos. Sólo algunos escenifican sobre actuadamente su apoyo a Israel, con exabruptos de un calibre que excede en mucho los provocados por problemas reales de los españoles. Al votante sobre politizado de Vox esto le terminará pesando en su intención de voto, pero no considero que sea un factor determinante en el votante no tan politizado. Este tipo de votante de la derecha sociológica, mucho más numeroso, tiene respecto a este tema una especie de racismo orgánico bueno: los moritos de palestina dan sensación de sucios y, los judíos, de limpios. Y eso en el votante normie pesa hasta el punto de justificar que la cúpula del partido esté a sueldo de Israel, o la existencia misma del partido haya sido obra de Israel. La derecha de la ley y el orden, la que no cuestiona el sistema, la derechita normie pro Ayuso en Madrid y pro Vox en el Congreso, la que reclama soberanía para España frente a la Agenda 2030… está encantada con esto de los judíos, así que, en mi opinión, no será un factor determinante como sí lo puede ser en USA. Pero que tenga ojo esta derecha con despreciar los problemas reales del personal como la vivienda, los precios y la inflación, los impuestos, la degradación de los servicios públicos, la deuda, las pensiones, etc. porque la izquierda, normalmente más sagaz, sabe perfectamente arrogarse esos temas y llevarse de calle al votante. Hemos visto estos días perfectamente esta escenificación con el discurso de Quero sobre la vivienda y las respuestas absolutamente delirantes del team derechita anglosférica.

En cambio, sí veo como posible vector de voto el gran asunto de la identidad. Señalar que vale la pena preservar la identidad del autóctono frente a la introducción artificial de millones de inmigrantes en el país, es motivo de cancelación a izquierda y a derecha, en USA y en España. Que el lector no me malinterprete: se pueden tener políticas identitarias, pero siempre que no sean aplicadas al blanco. Raza ésta que, de hecho, no existe. Las demás sí, evidentemente. Pero la blanca tiene prohibida la existencia, el reconocimiento de su identidad y la preservación de su supervivencia. En España, aún más, aludir a la raza de los españoles provoca risas y descalificaciones.

Sea como fuere, lo que es una realidad es la tozuda matemática: manteniendo este ritmo de flujo migratorio y tasa de natalidad, los españoles autóctonos pronto seremos minoría. La izquierda desprecia a quien señale este problema, pero la derecha sólo lo admite con la musulmana. El bien jurídico a proteger no es la nación española, es el sistema de pensiones. Lo hemos visto este verano con el tema del Hispanchismo. La derecha alternativa “heredera” de Trump no quiere oír hablar de cambiar el sistema, lo que hace es lanzar a la cara de quien no esté de acuerdo en la conquista de España a manos de las naciones americanas que vivimos hoy, la falsa dicotomía islámica: “ah, ¿que no quieres panchitos? Pues entonces tendrán que ser moros”. Cuando lo que se pretende, como siempre, es salir de una vez de esas dicotomías y pensar en soluciones nuevas. Lo que se pretende es que no se use el glorioso pasado de España como catalizador de la introducción invasiva de gentes de otros lugares, a quienes incluso se les homogeniza, obviando sus diferencias raciales o étnicas (o como narices sea políticamente correcto decir), culturales, religiosas, civilizatorias, etc.

A este respecto, no soy capaz de decir si la solución está en Hesperia o Núcleo. Lo que sí me atrevo a decir es que no existirían si la derecha sistémica no hubiera despreciado estos temas. Es decir, el vector de voto existe y no se va a ir a ninguna parte. Muy al contrario, cada vez crecerá más. En España, como siempre llegamos tarde a todo y, además, tenemos el panorama bipartidista que tenemos, puede seguir ignorándose todo esto sin apenas penalización. Pero ojo con lo que va a suponer Fuentes, el nacionalismo y el identitarismo blanco en USA y en Europa. Vamos a ver cambios muy fuertes en esta dirección. Y quien quera capitalizarlos debe estar muy atento.

 

Gobernar sin saber: el mayor fraude democrático

Resulta casi cómico -si no fuera trágico- observar la torpeza con la que algunos intentaron colocar al hermano, convencidos de que su plan de comunicación desde Moncloa, a base de cartas, era brillante. La selección de personal que implantó Ábalos, la confusión de Cerdán entre «sin ánimo de lucro» y «sinónimo de lucro», y otros episodios similares, dibujan un panorama que, lejos de ser anecdótico, revela una profunda crisis de competencia.

Y, sin embargo, estas personas ganaron. Fueron los mejores dentro del PSOE. ¿Importa si hubo trampas en aquellas votaciones en Ferraz? Quizás no tanto. Porque, visto lo visto, sus intenciones se veían a la legua desde el primer momento en que cruzaron la puerta.

Lo más inquietante no es lo que hicieron, sino cómo lo hicieron. Con todos los recursos del Estado a su disposición, lo más sofisticado que han logrado para tapar sus tropelías es lo que estamos viendo ahora. Si estos son los más listos, los más estratégicos, los más preparados ¿cómo serán los que perdieron?

Estas son las personas que gestionan cientos de miles de millones de euros del presupuesto nacional. Las que negocian en nuestro nombre con multinacionales, organismos internacionales y líderes globales. Y nosotros, los ciudadanos, seguimos sin exigirles lo mínimo: conocimiento, experiencia, excelencia. Lo que sí exigimos a médicos, jueces, notarios o cualquier otro profesional con responsabilidad pública.

¿Cómo es posible que permitamos que alguien que no pudo ni sacarse una diplomatura esté al frente de 80.000 millones de euros? ¿Que negocie con los directivos más preparados del mundo? ¿Que diseñe estrategias creyendo que no lo íbamos a notar, convencido de que su plan era perfecto?

Este es el nivel.

O exigimos lo mismo que en cualquier otro ámbito (formación, mérito, capacidad) o da igual todo lo demás. No sirve de nada indignarse, quejarse de que nos mienten o nos roban, si seguimos votando para que 20 abogados construyan aviones, 20 agricultores los piloten, el más vago de la clase controle la red ferroviaria, y los que hacían pellas y fiestas negocien con los mejores de cada sector.

Seamos del color que seamos, o exigimos todos a todos los partidos un nivel alto, o esto no funciona. Basta ya de justificar la mediocridad con el argumento de los pueblos pequeños. No, no es aceptable que alguien sin estudios dirija un ministerio. No lo es.

Juan Pablo Núñez

¿Conservadores o Recobradores?

La izquierda ha perdido espacios

Si algo hemos comprobado recientemente es cómo la izquierda está perdiendo la calle y la contracultura. La segunda la han perdido desde el momento en que difunden masiva y oficialmente, a través de instituciones regadas de dinero público, unas propuestas alocadas, sectarias y sin sentido, como las woke. Esta izquierda, que se lanzó a los brazos ideológicos de la postmodernidad, ha conseguido la omnipresencia de su discurso hasta el hastío a cambio de haber perdido cualquier crédito, verdad y sentido en el cambio que buscaban.

Una prueba de ello es ver cómo ser “rockero” y “obrero”, antes tenía un atractivo subversivo y por eso eran de izquierdas, mientras que ahora empiezan a no serlo. Frente a ellos, surgen cada vez más artistas, intelectuales, periodistas, escritores, deportistas y famosos -muchos de ellos con estilos de “rockero” u “obrero”- con un mensaje contrapuesto al de la izquierda postmoderna. Lo paradójico es observar cómo sufren la pisada de los que ahora están arriba, aunque no se arredran frente a la cancelación imperante por defender algunas verdades de toda la vida. Verdades por las que hoy te tildan de “facha”. Y es que parece que algunos se han empeñado en conseguir que la verdad, hoy día, sea facha.

Por otro lado, vemos cómo también están perdiendo la calle cada vez más. Podemos recordar aquí los acontecimientos de Ferraz, las masivas manifestaciones por la unidad de España ante los desvaríos del Gobierno de Sánchez, o las huelgas de agricultores y transportistas. En ninguno de esos actos se coreaban consignas de la izquierda. Es más, en muchos de ellos se palpaba la protesta ante el abandono por parte de este brazo ideológico de muchas de sus propuestas. Por otro lado, los encuentros recientes que vemos de la izquierda en la calle no llegan ni a la sombra de lo que fueron, tan solo protagonizados por una masa boomer muy encarrilada en su estilo de vida y pensamiento o por algunas feministas desquiciadas.

Lo sorprendente es que estos espacios que está recuperando una “no izquierda” no vienen de la mano de la tradicional “derecha liberal”. Muchos politólogos se empeñan en situar este nuevo movimiento en la “derecha”, «porque tendrá que ser “derecha” si no es “izquierda”», asumen. Una vez más, hay quién se cuestiona si aún tienen cabida estas categorías… Algunos lo llaman derecha postliberal, otros nueva derecha, derecha alternativa, derecha social, derecha iliberal, rojipardos, derecha punk… Todos ellos coinciden en que el sistema socioliberal y democrático de partidos en el que vivimos ha fracasado.

El juego del liberalismo en la derecha

Pero ¿quiénes son? Para buscar una respuesta, hay que entender el recorrido de esta “derecha”. Durante la Guerra Fría, en el fragor de aquella dialéctica cultural, se hizo necesario aunar las fuerzas ideológicas de la “derecha” para hacer frente común a las ideas marxistas. Con la fusión entre liberales, conservadores y neoconservadores, bajo un sistema democrático de partidos, se consiguió abanderar la causa americana. Pero, poco a poco, los liberales, desde su sentido más utilitario, establecieron el marco de diálogo que dejó fuera a la mitad de las propuestas conservadoras, las cuales se acabaron inmolando por lograr la ansiada victoria. Para más inri, la otra mitad se vieron lastradas y desprestigiadas por el fracaso del intervencionismo neoconservador durante la Guerra. Por tanto, ese “fin de la historia” de Fukuyama acabó con el triunfo de una sola rama dentro de la derecha: la liberal, que estableció un marco creyendo que, solo con la ley en la mano y el bolsillo lleno, se puede llegar a convivir y prosperar. Y a esto lo llamaron “democracia”.

Pero, al mismo tiempo, ese liberalismo encontró una manera sutil de sobrevivir y finalizar el conflicto. Encontró en sus postulados más materialistas un posible abrazo entre el consumismo y el comunismo. Surgió así una simbiosis de ambos bloques (capitalista y soviético) en un movimiento llamado la “nueva izquierda”, una suerte de socialismo con el que sí estaba dispuesto a entenderse. Esta convivencia entre la praxis del liberalismo y la teoría del nuevo socialismo europeo nació en Mayo del 68, y desde entonces ha ido evolucionando y actuando poderosamente -contraculturalmente- en todos los ambientes de la cultura hasta llegar al poder.

Un poder que esa derecha liberal no ha querido ocupar, porque dada su naturaleza -con su laissez faire– prefiere vivir de espaldas a él. Y queriéndolo o no, prefirió que fuera ocupado por su nuevo compañero de viaje. A los liberales todo parecía que no les preocupaba. Ya había ganado la guerra, y creía que con ese “contrato social” -positivista- y mucho dinero para acabar con la desigualdad, se podrían solucionar todos los problemas políticos. Así es como nos hemos visto abocados a convivir bajo Estados burocráticos, sin proyecto ni nación, con ordenamientos jurídicos hiperregulados, y a merced de cualquier berrinche sobre un derecho o ayuda que apetece. A esto lo llamaron “bienestar”. La política para ellos ha consistido en configurar repúblicas de individuos y ciudadanos sin polis.

Pero no ha funcionado así con el poder su compañero de la nueva izquierda. Esta ha sabido ocupar, con su discurso, las esferas culturales que el liberalismo retiró a los conservadores para acabar con la dialéctica de la Guerra Fría. Los liberales se quedaron con la práctica y la izquierda con la teoría. Los primeros con el “cómo hacer” y los segundos con el “qué hay que hacer”.

De esta manera, hemos visto cómo esa derecha que aunaba propuestas liberal-conservadoras, acabó por relegar de ellas para acercarse a su rival de la izquierda, con un diálogo que ni le perjudicaba ni le beneficiaba. Sin más, sobrevivía al conflicto y mantenía bajo control sus intereses.

La muerte de los conservadores y el nacimiento de los mantenedores

 A finales de la década pasada, hubo sonados debates sobre cuál era el futuro de los conservadores, tras el lastrado fracaso de la derecha desde finales de la Guerra Fría, hasta el auge de la nueva izquierda en los comienzos del siglo XXI. Uno de los más conocidos es el de David French y Sohrab Ahmari. French aseguraba que el marco de diálogo establecido por la derecha liberal era el correcto, porque permitía un consenso que se debía mantener. A lo que Ahmari respondía que la nueva izquierda no respetó nunca esos marcos, y se anticipaba por tanto a los consensos, a lo que se puede añadir que incluso se los había trazado en muchos de los casos, porque, «hasta cierto punto, ésta nueva izquierda preocupada de las causas sociales y culturales que los liberales obviaban, ya habían tenido su encuentro ideológico». Por este motivo, la derecha liberal se fue adaptando a ellos, alejándose cada vez más de los conservadores, que quedaron en el olvido.

Así llegó la izquierda, de una forma renovada y en connivencia con la derecha, a lograr sus postulados revolucionarios. Y desde hace años actúan en el poder. Paradójicamente, cualquier crítica actual a esta visión, es considerada como subversiva. Actualmente son «conservadores» los que defienden ese marco de convivencia; aquellos que de espaldas al poder y convencidos de que un Estado técnico y burocrático, con suficientes normas y dinero para saciar los complejos de igualdad, es suficiente para que cualquier individuo viva en sociedad de manera digna. Estos nuevos conservadores tienen dos caras: la de “la Charo” protestona que encarna esa nueva izquierda, o la de “José Luis el boomer” que configuraría la cara liberal. La primera se encarga de seguir agitando el delirio de una revolución desde la inoperancia y el fracaso. El segundo critica escéptica y arrogantemente cualquier propuesta de cambio, como si todo ya se hubiera logrado y fuera innecesario cualquier movimiento, e incluso perjudicial para la individualidad de sus bolsillos. Aparentemente se miran con recelo, pero conviven amigablemente desde lo alto.

Para salir de ésta hay que recobrar

Estos conservadores de hall -mantenedores por diferenciarlos de otra manera- , ven los toros desde la barrera y creen que una faena solo se tercia con aficionados, unos que gritan como verduleras y otros que se mofan tan ufanos. Pero no, es necesario que se baje al ruedo y se toree. Esta llamada a la acción es lo que insinuaría Ahmari como la propuesta necesaria para regenerar la derecha: reocupar los espacios culturales perdidos ante la nueva izquierda y la derecha liberal. Por tanto, es necesario bajar al ruedo e ir a matar. Algunos seguirán sin verlo, porque confían en la pervivencia del marco, y creen devotamente que ha sido lo más avanzado y útil que se ha conseguido en el debate de las ideas durante la democracia reciente. Pero Ahmari alertaría, a lo que queda de «derecha» dentro de esos “mantenedores”: «Fue la izquierda la que trazó el marco y nunca lo respetó».

Surge por tanto, hoy en día, la cuestión de qué es un conservador si ya no queda nada que conservar. Y esta pregunta en España es más alarmante. Desde el triunfo de Zapatero en 2004, hemos visto cómo la nueva izquierda ha ido ocupando todas las esferas culturales, para que durante las legislaturas de Rajoy, tan legalistas, liberales, tan del diálogo y el marco, fueran tan paradójicamente conservadoras y ni quisieran revertir los cambios culturales zapateriles. Fue en 2019 cuando llegó definitivamente esa nueva izquierda al poder, tras haber conseguido su transformación cultural, que sin ceder un ápice consiguió imponerse a la derecha liberal.

Ahora tienen mucha fuerza, se adueñan de las instituciones y medios, y anegan todo el Estado, para volcarlo hacia sus fines ideológicos. El pensamiento progresista es el único, si estás fuera estás cancelado. Han logrado un nuevo Estado confesional que anuncia las nuevas verdades. Se están cambiando los mitos y están conformando una nueva tradición. Ellos son ahora los conservadores de su nuevo sistema. A quien disienta solo le queda recobrar lo perdido. Es el tiempo de una nueva reconquista, que ya ha comenzado.

De mapas e hispanidades

Desde chiquito me encantan los mapas. En mi casa había un atlas, mil veces manoseado por mis dedos infantiles, con el que soñaba con viajes transoceánicos, selvas impenetrables y montañas copadas por nieves perpetuas. Era como poder materializar las aventuras narradas por Julio Verne, por ejemplo, en un  libro de puntos geográficos reales, pero no por ello exentos del misterio arcano de la vida. No sólo pasaba mis ojos pueriles por las geografías ignotas de los seis continentes, también buscaba en el tomo que la enciclopedia familiar había dedicado a dicha ciencia toda la información disponible sobre ciudades, pueblos y parajes que soñaba con visitar. De aquellas no había otro modo de recopilar el material con la que se fabrican los sueños. Era parte de mi experiencia vital, de mi propia aventura, de un juego con el que aprender y tener conciencia del mundo que habitaba.

 Lo mismo me ocurrió con los diccionarios. Buscaba palabras, significados, etimologías como si de un juego se tratara, como ese juego que practican los cachorros de lince para aportarles la destreza suficiente para lograr cazar el alimento que les mantiene con vida. Un juego que, junto con el de los mapas, he mantenido en la adultez y más de un ser querido se ha quedado estupefacto al solicitarle como regalo de cumpleaños un diccionario de sinónimos y antónimos o, mejor aún, un atlas nuevo y en formato gigante. Pero esa es otra historia.

Cada uno tiene la pedrada que tiene. Yo, entre otras muchas, tengo éstas.

Como decía, los mapas me fascinaban (y lo siguen haciendo) y mis ojos infantiles, igual que veían figuras en las nubes, reproducían gestos o caras en los relieves de las ínsulas, penínsulas y continentes. Y entre todas estas topografías me destacaba el curioso aspecto que tienen las costas de la Península Ibérica. Se decía que España era una piel de toro estirada, y de este modo se nos unía con este animal totémico. Pero yo miraba más allá y veía que de Portugal sólo nos separa una raya dibujada por la cartografía y que todo unido, la Hispania, tenía la forma de una cara humana situada de perfil. La frente, con el pelo iracundo de las rías, era Galicia. El ojo era la ciudad de Oporto. Y la nariz, como no podía ser de otra manera, era el estuario del Tajo en Lisboa. Cierto que la nariz era gongorina y fea, pero nariz al fin y al cabo, que es lo que de verdad importa.

Lo curioso del resultado de esta mi imaginación es ver que el mapa ibérico no se halla mirando hacia Europa, sino que se encuentra orientado hacia el Océano Atlántico y, por ende, hacia América. Porque ese continente es donde la vida nos ha dirigido desde muchos años ha. Hemos mirado tanto a América que sería imposible comprender España (y Portugal) sin ella. Y viceversa.

 Los grandes hitos hispanos acaecen en el año 1492. No es baladí que se culmine la Reconquista y se descubra un nuevo mundo en el mismo año. No. Más bien parece un designio divino. Castilla y Aragón se unifican y no se conciben sin la magna conquista americana. Dando lugar, pues, a las Españas de acá y de allá. Porque los virreinatos y luego las provincias de ultramar no fueron de España, sino que eran España. La ciudad de México era más importante cultural, social y económicamente que Madrid, por poner un ejemplo.

 Como en todas las etapas históricas hubo momentos oscuros, no se pueden negar ni por supuesto olvidar, pero, a pesar de la resonancia que ahora por intereses políticos se les quiere dar, fueron menos, aunque hicieron mucho más ruido, que los momentos de iluminación (reflejados en hospitales, universidades, la gran gesta del mestizaje, que nos hizo como somos, entre otras). Pero el problema gordo vino después, con las injerencias anglosajonas y europeas que provocaron que los criollos, en franca minoría y pertenecientes a las clases pudientes, se alzaron contra su propio país y lucharon contra los ejércitos realistas, integrados en su mayoría por mestizos e indígenas, insuflada su alma con la idea de continuar siendo españoles. Curioso, al menos.

 Y otro problema no menos grave se uniría más actualmente a los ibéricos (españoles y portugueses) que no sería otro que su cambio de mirada. Un cambio de mirada drástico, de ciento ochenta grados. Oporto, el ojo de la península, ya no miraba a ultramar, ya no miraba a nuestros hermanos de Hispanoamérica, ahora miraba y se colocaba para lamer el culo de nuestros enemigos ancestrales, de quienes inundaron con su veneno a nuestras gentes para odiarnos los unos a los otros. Pero no sólo les lamemos el culo colonialista, ellos sí que lo han sido y lo siguen siendo, sino que les regalamos parte importante de nuestra soberanía a cambio de unas migajas en forma de subvenciones o regalías, con la capacidad de generar una deuda con visos de convertirse en impagable y de este modo mantenernos sojuzgados bajo la bota marcial de su poder económico. Nada nos une a un holandés en bicicleta, a un luxemburgués con el bolsillo lleno o a esa joven alemana que se pasea por las gélidas calles de Bonn, y eso que también fueron de España. Sin embargo, puedo hablar de un sinfín de temas y en su lengua materna con un habitante de la Medellín de allende los mares, comulgar en la Semana Santa guatemalteca (declarada Patrimonio Inmaterial de la Humanidad) o sentirme como en casa estudiando a orillas del Lago Español en la Universidad de Lima. Y todo ello debido a que tenemos muchísimas más cosas que nos unen que las que nos separan.

 Y no estoy hablando de nostalgias imperiales (no se puede tener nostalgia de algo que no has vivido), sino de construir una comunidad fuerte, basada en los lazos que nos fusionan y hacernos valer ante este mundo que por su propio pie se cae. Es probable que esa comunidad geopolítica se convirtiera en el pilar sobre el que sustentarse Occidente entero.

 Por desgracia, esto no deja de ser una entelequia o el simple sueño de un niño que se crio arropado por un tomo de geografía de una enciclopedia y las páginas de un atlas, hoy arrumbados al estante del olvido. Y este niño, que descubrió que América nace en los Pirineos, sin quererlo mucho se ha hecho mayor.

Publicado originalmente en El Tábano.

Sánchez S.A.

Una historia de corrupción

Sánchez S.A.

Una historia de corrupción

Nuestra última producción en conjunto con Hazte Oír, un amplio repaso a todos los casos de corrupción que acorralan al Presidente del Gobierno de España.

¿Tienes un teléfono Android? ¡Descárgate nuestra nueva App!

Descárgate nuestra nueva app y ten todos los contenidos de nuestro canal ¡aún más accesibles!

No nos gustan las galletas... pero nos obligan a usarlas

En TerraIgnota.es no usamos cookies propias pero si algunas de terceros. Puedes aceptar su uso o simplemente rechazarlo, es tu libre elección.

No nos gustan las galletas... pero nos obligan a usarlas

En Terra Ignota no usamos cookies propias pero si algunas de terceros. Puedes aceptar su uso o simplemente rechazarlo, es tu libre elección.