Fuentes: la derecha nacionalista e identitaria en la Metrópoli

“Buenas tardes a todos, estáis viendo América First. Me llamo Nicholas J Fuentes, tenemos por delante un gran programa…”
Así comienza Fuentes su programa diario en directo y así lo lleva haciendo casi una década. Nick Fuentes, para los despistados que aún queden por ahí, es un chico de 27 años, originario de Chicago y con ascendencia irlandesa, italiana y, sobre todo, mejicana -de ahí su apellido-. Él se considera políticamente a sí mismo como “Far-Right” (extrema derecha) y la piedra angular de su discurso es “América First” (América Primero) idea sacada del discurso inaugural de Trump en 2017. Pero eso ha importado relativamente poco siempre, porque de él se ha dicho y se sigue diciendo que está loco, es nazi, sexista, xenófobo, mala persona y todas las lindezas que uno puede encontrar en el ya famoso discurso de los deplorables de Hillary Clinton.
En esta reflexión lo que pretendo es acercar al lector honesto la figura de Nick Fuentes y lo que creo que empieza a despertar en Estados Unidos. Y también quiero profundizar sobre por qué eso nos debe interesar a nosotros, españoles, si bien es cierto que no se puede transponer todo de forma exacta aquí.
Con Fuentes ocurre algo bastante interesante. Existen varias barreras que hacen que el grueso de la población no sepa o no entienda quién es. Lo normal para el sujeto-no-ultra-politizado es no tener ni idea de su existencia. Esa es la primera barrera: la de vivir al margen de las cosas que se cuecen en el gran teatro de la política de la metrópoli. Porque a fin de cuentas eso es lo que es para nosotros Estados Unidos. La segunda barrera es generacional. Es imposible entender la figura de Fuentes si los esquemas mentales que habitan en la cabeza han sido construidos con las referencias estándar: Hollywood, los medios de comunicación de masas, las grandes editoriales o los programas de las carreras de cualquier universidad. Para prueba, la divertidísima escena de estos días donde la periodista Megyn Kelly sale indignada enseñando a Ben Shapiro un clip de Fuentes jugando al GTA; o la más patria e hilarante escena de la gustavobuenista Sharon leyendo tuits de los hespéricos.
Para el zoomer, que pertenece a una generación que ha nacido en internet, es todo lo contrario: Fuentes es un par. En USA no sólo le conocen, es que es uno de ellos. Un chico, una generación, cuya mayoría de edad coincidió con la primera victoria de Trump en 2016, que, recordemos, fue un punto de inflexión en el dominio de lo woke. Ese primer mandato de Trump dio el pistoletazo de salida a la irrupción de la Alt-Right (derecha alternativa) en USA y en su colonia del otro lado del Atlántico que, desde entonces y salvo en España, ha ido sustituyendo a la derecha reaganiana.
Pero el 45º presidente de Estados Unidos no cumplió lo prometido y no alcanzó a hacer realidad el lema de su toma de posesión: “América Primero”. O al menos eso es lo que Fuentes y sus groypers consideran. Hay que entender que a 2017 se llegaba tras un imperio absoluto de lo progre en todo su esplendor, y la experiencia vital de esa generación era la crisis en lo económico y lo woke en lo social. Y ya. Trump, que había hecho gala de ser tan millonario que no dependía de los lobbies y grupos de presión del sistema, que quería romper la hegemonía no sólo de la izquierda, sino también de la tradición neocon republicana, que era políticamente incorrecto en cada cosa que decía… echó abajo de una patada la puerta del sistema bipartidista americano y se posicionó como un verdadero rayo de esperanza en el devenir político del imperio más poderoso que ha existido en la historia de la humanidad, para todos aquellos que habían visto decrecer su nivel de vida (y criminalizar su manera de vivirla).
Esto último es, creo, lo más importante. Bajo el lema “Make America Great Again” se intuían, por pura lógica, ciertas premisas que no se pueden nombrar so pena de ser sentenciado con alguna palabra policía. Y no sólo por la izquierda, por cierto. Si América había sido grande alguna vez y se quería recuperar esa receta para devolverle su esplendor, en todo caso lo fue cuando era mayoritariamente cristiana y… blanca. Las políticas identitarias en la derecha tomaban así protagonismo, aunque veladamente en cierto modo. En el mundo en el que la muerte de George Floyd provocaba un terremoto político sin precedentes -y hasta murales en Extremadura- por su condición de hombre negro oprimido por la policía blanca, en el mundo en el que la carta de la identidad sólo podía ser utilizada por la izquierda, de pronto parecía surgir en la derecha una opción ganadora, sin complejos y, sobre todo, sin las ataduras morales por la eterna amenaza de comparación con el nazismo, que la llevan atenazando 80 años.
La izquierda (y, por cierto, también la derecha nevertrumper, como el propio JD Vance) se revolvió contra esto elevando al imaginario colectivo la ya famosa frase de “Trump es literalmente Hitler”. Pero a Trump no le importó y (seguramente por eso) ganó. Sus votantes y seguidores llevaron desde entonces como bandera el no inmutarse frente a las palabras policía que siempre había usado con ellos la izquierda (y gran parte de la derecha) para amañar el partido. Esto en España nos suena. En temas de importancia capital como la inmigración, la viogen y tantos otros, la alt-right patria heredera de ese espíritu trumpista, ha tratado de romper ese tabú en el plano político (amén de que otros actores no hegemónicos también lo haya intentado). Pero de momento no quiero establecer más paralelismos con nuestro país.
Volviendo a Fuentes y los groypers, así afrontaban la nueva etapa que se abría con la victoria de Trump en 2016. Pero, como digo, tras 4 años en el poder, se vieron decepcionados (aunque de alguna manera comprensivos). EL COVID en el 20 puso el mundo patas arriba y la “victoria” de Biden a continuación convenció a los pocos que faltaban por convencer de que hacía más falta que nunca un golpe en la mesa para volver a, efectivamente, hacer América grande otra vez: Trump debía volver a presentarse. Todos los ataques que había recibido se tomaban como propios y era imperativo que esa América de verdad volviera y volviera contundentemente. Las ganas de ver “mamar” a la izquierda rival eran demasiado grandes y pagarían por haber querido eliminar, incluso literalmente, a la única esperanza política de la derecha alumbrada en el siglo XXI. Aunque no todos estaban por la labor. Había alguno que pensaba que la segunda venida de Trump no era más que un teatro. Que las políticas que hacía falta implementar en USA nunca las aplicará Trump. Era el caso de Fuentes.
En todo este tiempo, Nick Fuentes había pasado en 2016 de ser un republicano normie emocionado con la figura del nuevo presidente, a ser el principal representante de esa derecha a la que Trump había decepcionado por no cumplir con lo prometido. Pero sobre todo, había pasado de ser un joven brillantemente prometedor en la órbita del Partido Republicano a su principal némesis. Todo por obra y gracia de Ben Shapiro, analista y comentarista político judío con un gran poder dentro del GOP. Éste había sido advertido por los ojeadores que su organización tiene en las universidades americanas de la existencia del joven talento, pero rápidamente quiso eliminarlo de la ecuación cuando Nick preguntó en público por qué cierto sector del partido republicano nunca hacía la más mínima crítica a Israel.
En su viaje del héroe particular, tras haber caído en los infiernos de las etiquetas y sus consecuencias (prohibición de volar, cuentas bancarias congeladas, baneo de todas las plataformas sociales y de pagos, etc.) ahora Nick, que ya puede emitir en una plataforma conocida (Rumble), se alza victorioso y reivindicado porque cada vez es más oído (muchos de sus vídeos tiene millones de visitas), cada vez tiene más seguidores (se calcula que entre el 30%-40% de empleados jóvenes de la Casa Blanca son groypers), y cada vez es más influyente. Los creadores de contenido político americano saben que llevar a Fuentes hoy da números y nadie quiere perder su trozo del pastel. Pero lo que es asombroso desde fuera es que tras el varapalo a los republicanos en las elecciones del pasado 4 de noviembre, donde el titular se lo llevó Zohran Mamdani (demócrata socialista inmigrante musulmán y antiblanco) ganando la alcaldía de Nueva York, en el GOP están hablando de la entrevista que hizo Tucker Carlson a Nick Fuentes la semana anterior, echando la culpa de la paliza recibidade a ese hecho. La Fundación Heritage, principal think tank conservador en USA, no está echando carbón a su máquina de pensadores para analizar esta derrota electoral previa a las mid-term, sino que está envuelto en una polémica sobre, quién si no, Fuentes. Su presidente, Kevin Roberts, tras salir en defensa de Tucker reivindicando la libertad de expresión y la no filiación de los conservadores a la cultura de la cancelación, fue llamado al orden por los donantes de la fundación, y reculó días más tarde en un bochornoso vídeo.
El descontento del voto joven con el partido republicano es notorio. Les pusieron la miel en los labios con Trump, pero se están encontrando con que las únicas cosas en las que su partido está cumpliendo son las viejas políticas de los neocon y el lobby judío: bajada de impuestos a las grandes corporaciones, guerra contra Irán, movilización militar en Venezuela, bombardeos en Yemen y Somalia… El cierre de la frontera se ha conseguido, pero es insuficiente; durante el mandato de Biden, entraron alrededor de 10 millones de inmigrantes en el país y se estima que ahora mismo hay más de 50. Para que se cumplieran las promesas electorales, tendrían que estar forzando unos 2,5 millones de deportaciones anuales. Los números reales están muy por debajo. Por otra parte, la inflación no termina de reducirse, los precios de todo cada vez son más caros. El mercado laboral está congelado, el problema de la vivienda es acuciante en las grandes ciudades. DOGE prometía también mucho pero no recondujo el déficit. Lo que sí trajo fue al equipo de Palantir de Thiel, que se colocó en toda la administración. Tecnología que sí está sirviendo para analizar las redes sociales de aquellos inmigrantes que solicitan sus visas para trabajar o estudiar en USA, pero con el propósito de denegarlas si se encuentra contenido crítico con los judíos o con Israel. Como guinda del pastel, se aprobó una ley para supeditar la ayuda federal en casos de emergencia por desastres naturales a que la localidad en cuestión afectada por la emergencia no haya hecho declaraciones institucionales contrarias a Israel.
Así las cosas, es normal que gane las elecciones un partido que hable de los problemas que no están siendo resueltos por el gobierno federal y prometa arreglarlos. Aunque la fórmula que pretenda aplicar para ello sepamos que no funcione. Pero eso no se está explicando en el lado republicano, sólo se alude a un único problema a combatir: el antisemitismo.
Durante el debate televisado entre los candidatos a la alcaldía de Nueva York, la ciudad con más población judía del mundo, se preguntó a cada político cuál sería el primer país que visitarían en caso de ser elegidos. Todos fueron contestando sus preferencias personales, la mayoría mentando a Tierra Santa o Israel. Cuando llegó el turno de Mamdani, respondió sin ningún tipo de complejo que él se quedaría en Nueva York porque se debe a sus votantes, que no se iría a ningún otro sitio. Esto, que parece una respuesta obvia a nuestros ojos, supuso un pequeño terremoto al ser interpretado como una respuesta antisemita por no haber respondido Israel. Melissa Russo, la periodista que realizaba las preguntas, presionó más al candidato demócrata preguntándole explícitamente por este país y su derecho a existir. Mamdami, que está lejos de ser antisemita, respondió sin más polémicas sobre el estado de Israel, pero volvió a recalcar que él sería en todo caso alcalde de los judíos que viven en Nueva York, siendo ellos su prioridad.
Hay muchos más factores que explican la victoria de Zohran, pero esto no se puede obviar: es un candidato que ha hablado sobre los problemas que preocupan a los neoyorquinos. Sí, con medidas delirantes como la implementación de impuestos especiales a los barrios de gente blanca, pero con una melodía que a los votantes de allí les ha sonado bien. Y se los ha llevado de calle. Y en vez de tomar nota y plantear cortafuegos de cara a las mid-term o incluso a 2028, el partido republicano está echando la culpa de todo al hombre de paja en que han convertido a Fuentes y, por extensión, a Tucker Carlson.
Fuentes está acostumbrado a que lo llamen nazi para eliminarlo del panorama político. Pero ya no funciona tan bien esa estrategia. Llamar nazi a Fuentes de algún modo es llamar nazi a los millones de seguidores que están de acuerdo con las cosas que transmite en sus directos. Y si en Estados Unidos existen millones de nazis, realmente el resto tiene un serio problema. Pero el líder de los groypers está cansado ya de decir que no es nazi, que él es católico, que no odia a nadie. Que es de enfado fácil y que se considera a sí mismo un tío raro, gruñón y sarcástico, pero nada más (bueno, y que su peli favorita es La la land). Y eso es lo que no se termina de entender de él: es un chaval nacido en internet, cuya pubertad ha transcurrido en las salas de espera del Call of Duty, donde se decían las burradas más grandes que en público ya no se podían decir. Es hijo de una época donde se ha roto el tabú, donde que a uno le llamen algo no paraliza, sino que es una medalla que exhibir con orgullo.
Concretamente, la palabra policía “nazi” -que normalmente desarma a cualquiera, poniéndole automáticamente a la defensiva, obligando al acusado a dejar de exponer sus ideas- es la preferida por los groypers por las reacciones que provoca en los “policías de la moral”. Pero no adoptarla en tanto que ideología, sino, y esto es lo importante, en tanto provocación. Porque esta gente no se adscribe al nacional socialismo alemán de los años 30 del pasado siglo. Eso les da tan igual como Alejandro Magno o William McKinley: es algo del pasado cuyo único atractivo -aparte del estético de los uniformes- es la inmensa ira y ansiedad que desata. Y cualquiera que haya jugado a juegos multijugador en internet sabe que trolear así y provocar esos sentimientos en el contrario, es lo que más gusto da.
Todos estos detalles ayudan a hacernos una idea general del panorama. Se han obviado muchos otros de la biografía de Fuentes para no hacer interminable esta reflexión. Pero, a fin de cuentas, los detalles acabarán por olvidarse. Las ideas que sí trascienden las circunstancias particulares son, sin embargo, muy interesantes.
En primer lugar, lo que trasciende de Nick Fuentes y de los groypers es la inmutabilidad frente a los intentos de cancelación. Fuentes ya ha sido cancelado e incluso intentado asesinar. Y a todo ello ha sobrevivido victorioso. Ahora es más fuerte que nunca. Pero hay una diferencia con el desaparecido Charlie Kirk, quien por otra parte también fue acusado de nazi (pero por la izquierda). Izquierda que, según el relato oficial, es quien en último término alojó una bala en su cuello en un asesinato despiadado delante de miles de personas. La diferencia es que el trabajo/cruzada de Kirk consistía en debatir con la izquierda. Pero nunca quiso hacerlo con Fuentes. A Fuentes no le canceló Biden o Kamala o Ilham Omar. Le canceló, y con apenas 18 años, Ben Shapiro, pope de la republicanos y baluarte (tardío) de la derecha alternativa.
Es la derecha sistémica la que no quiere a Fuentes en el tablero de juego. La misma derecha que usa contra la izquierda el argumento de defender la libertad de expresión y luchar contra la cultura de la cancelación. Es la derecha la que no quiere ni oír hablar de nada que relacione identidad con raza blanca. Son los conservadores los que no van a tolerar que nadie critique la política exterior de USA cuando presta servicios a Israel. Sí, esta es la derecha “alternativa” que ha traído al sistema la “revolución Trump”. Una derecha que no pone a los americanos primero y que no ve ningún problema en reemplazar la población original de Estados Unidos.
Y aquí viene lo importante para nosotros, que asistimos a todo esto como espectadores embutacados en la platea del teatro de la política mundial. Como colonia useña, en Europa también tenemos esa derecha alternativa que, cuando actúa a la contra, usa la espada de la libertad de expresión, pero no duda en echar mano de su denostada cancelación si alguien de su lado decide hacerse ciertas preguntas. Aquí, sin embargo, no es tan fácil transponer el problema de USA con los lobbies pro-Israel. Nosotros no tenemos política exterior y cuando acaso hay algún conato de tenerla, es precisamente hacia el otro lado, aunque suene a teatro (fue el PSOE quien reconoció en España al Estado de Israel en el 86).
Nosotros no tenemos un AIPAC que monitorice a todos los diputados. En general, los partidos aquí están más centrados en los guiñoles internos. Sólo algunos escenifican sobre actuadamente su apoyo a Israel, con exabruptos de un calibre que excede en mucho los provocados por problemas reales de los españoles. Al votante sobre politizado de Vox esto le terminará pesando en su intención de voto, pero no considero que sea un factor determinante en el votante no tan politizado. Este tipo de votante de la derecha sociológica, mucho más numeroso, tiene respecto a este tema una especie de racismo orgánico bueno: los moritos de palestina dan sensación de sucios y, los judíos, de limpios. Y eso en el votante normie pesa hasta el punto de justificar que la cúpula del partido esté a sueldo de Israel, o la existencia misma del partido haya sido obra de Israel. La derecha de la ley y el orden, la que no cuestiona el sistema, la derechita normie pro Ayuso en Madrid y pro Vox en el Congreso, la que reclama soberanía para España frente a la Agenda 2030… está encantada con esto de los judíos, así que, en mi opinión, no será un factor determinante como sí lo puede ser en USA. Pero que tenga ojo esta derecha con despreciar los problemas reales del personal como la vivienda, los precios y la inflación, los impuestos, la degradación de los servicios públicos, la deuda, las pensiones, etc. porque la izquierda, normalmente más sagaz, sabe perfectamente arrogarse esos temas y llevarse de calle al votante. Hemos visto estos días perfectamente esta escenificación con el discurso de Quero sobre la vivienda y las respuestas absolutamente delirantes del team derechita anglosférica.
En cambio, sí veo como posible vector de voto el gran asunto de la identidad. Señalar que vale la pena preservar la identidad del autóctono frente a la introducción artificial de millones de inmigrantes en el país, es motivo de cancelación a izquierda y a derecha, en USA y en España. Que el lector no me malinterprete: se pueden tener políticas identitarias, pero siempre que no sean aplicadas al blanco. Raza ésta que, de hecho, no existe. Las demás sí, evidentemente. Pero la blanca tiene prohibida la existencia, el reconocimiento de su identidad y la preservación de su supervivencia. En España, aún más, aludir a la raza de los españoles provoca risas y descalificaciones.
Sea como fuere, lo que es una realidad es la tozuda matemática: manteniendo este ritmo de flujo migratorio y tasa de natalidad, los españoles autóctonos pronto seremos minoría. La izquierda desprecia a quien señale este problema, pero la derecha sólo lo admite con la musulmana. El bien jurídico a proteger no es la nación española, es el sistema de pensiones. Lo hemos visto este verano con el tema del Hispanchismo. La derecha alternativa “heredera” de Trump no quiere oír hablar de cambiar el sistema, lo que hace es lanzar a la cara de quien no esté de acuerdo en la conquista de España a manos de las naciones americanas que vivimos hoy, la falsa dicotomía islámica: “ah, ¿que no quieres panchitos? Pues entonces tendrán que ser moros”. Cuando lo que se pretende, como siempre, es salir de una vez de esas dicotomías y pensar en soluciones nuevas. Lo que se pretende es que no se use el glorioso pasado de España como catalizador de la introducción invasiva de gentes de otros lugares, a quienes incluso se les homogeniza, obviando sus diferencias raciales o étnicas (o como narices sea políticamente correcto decir), culturales, religiosas, civilizatorias, etc.
A este respecto, no soy capaz de decir si la solución está en Hesperia o Núcleo. Lo que sí me atrevo a decir es que no existirían si la derecha sistémica no hubiera despreciado estos temas. Es decir, el vector de voto existe y no se va a ir a ninguna parte. Muy al contrario, cada vez crecerá más. En España, como siempre llegamos tarde a todo y, además, tenemos el panorama bipartidista que tenemos, puede seguir ignorándose todo esto sin apenas penalización. Pero ojo con lo que va a suponer Fuentes, el nacionalismo y el identitarismo blanco en USA y en Europa. Vamos a ver cambios muy fuertes en esta dirección. Y quien quera capitalizarlos debe estar muy atento.



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