Sucedió en aquellos días que salió un decreto del emperador Augusto, ordenando que se empadronase todo el Imperio. También José, por ser de la casa y familia de David, subió desde la ciudad de Nazaret, en Galilea, a la ciudad de David, que se llama Belén, en Judea, para empadronarse con su esposa María, que estaba encinta.
De esta burocrática manera, el mayor acontecimiento de la historia iba a suceder. Y es que Dios escribe recto en renglones torcidos, aun cuando haya funcionarios de por medio. Así de Todopoderoso es.
Acaba de comenzar el Adviento, que no es sino preparación y espera por el nacimiento de Cristo. El Dios que no cabe en ningún sitio, infinitamente grande y excelso, en un misterio insondable de amor, se hace criatura ¡y criatura desvalida! naciendo en una cueva entre animales.
Una de las principales rupturas revolucionarias que supuso el cristianismo es la de considerar a Dios como padre. Y es el Padre el que envía a su Hijo para que, por medio de María, una de nuevo a los hombres con Dios en una unión que el pecado original rompió, pero que ya nunca podrá romperse de nuevo.
Y ahora es el momento de prepararnos para ello.
En el imaginario colectivo, la Navidad es la época de los regalos, de intercambiar lotería, de comidas pantagruélicas o, como muchísimo, la época de las buenas obras. Amigos invisibles, cenas de empresa o cuentos de Mickey Mouse Dickens han moldeado durante años esta concepción. Sin embargo, para nosotros, que no somos ni materialistas ni anglicanos, prepararnos para el nacimiento del Salvador significa preparar nuestra alma para recibirle en la Eucaristía.
Es curioso esto, porque los católicos tenemos lo más parecido que existe a una máquina del tiempo: la liturgia. Esta herramienta elimina el espacio y el tiempo de manera que en Navidad no celebremos el recuerdo del nacimiento de Jesús, sino que su nacimiento ocurre de nuevo para nosotros, en nuestro tiempo. Para ti, de hecho. Esta es la inmensa grandeza del asunto: la liturgia está pensada para ti.
Te propongo un trato: olvídate de lo que el mundo te dice que es la Navidad. Céntrate en preparar tu alma en el recogimiento. «Llevaré al alma a la soledad y allí hablaré a su corazón». Visita a Jesús, que te está esperando día tras día y noche tras noche, a ti, en el sagrario. ¡A ti! Cuando pases delante de una iglesia, entra, aunque sea un minuto y dile un cariño. Él siempre te está esperando. Quiere estar contigo. Y no se cansa nunca de esperarte.
Queda con esos amigos a los que hace tiempo no ves y olvida todas esas aristas que crees insalvables. Sorpréndeles con un abrazo sincero, de esos que a ti te gustaría recibir de vez en cuando, cuando crees que todo el mundo te ha fallado y estás solo.
Cuando te juntes con tu familia, da el regalo que toque a ese cuñado, o a esa suegra, o a ese padre al que a veces te cuesta aguantar, pero hazlo de corazón. Y regálale, además, un beso sincero.
Cuando tus hijos se pidan todo el catálogo de juguetes para Reyes, tómate un almax, y también un tiempo en explicarles con cariño que el ser más poderoso del universo quiere que ellos, sí, ellos, sean sus amigos y le hagan un hueco estos días.
Si este año no puedes permitirte lo de otros otros años, no desesperes. Sonríe, pídele ayuda a Nuestra Madre, mira al frente, no desfallezcas y ponte en sus manos.
Y, sobre todo, mira dentro de ti. Seguramente te ocurra que sientes algo que no sabes explicar, pero que es como un vacío que nada logra llenar. Es lógico, porque a todos nos pasa. Acércate a confesarte, porque tu casa debe estar bien limpia, especialmente, en esa época del año. Con el sacramento de la confesión no sólo es como mejor se limpia tu casa, sino también como mejor vas a conseguir la Paz de los hombres de buena voluntad. Créeme. Pruébalo. Lo que te falta es, sencillamente, a Dios.
Si eres capaz de hacer alguno de estos pequeños gestos, enhorabuena: estarás preparando tu alma para que cuando lleguen tocando tu umbral en la gélida noche un recio hombre y una mujer encinta pidiéndote entrar, no los mandes al pesebre con los animales, sino que les ofrezcas un lugar calentito donde se puedan quedar.
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